Cristo, nuestra alegría y nuestra
esperanza, ha resucitado, ¡aleluya!
Queridos hermanos y miembros de la Familia Hospitalaria.
El Anuncio pronunciado desde hace siglos sigue resonando
en la historia y alimenta nuestra esperanza en un mundo desgarrado por los
conflictos y la discordia: «Cristo, nuestra alegría y nuestra esperanza, ha
resucitado, ¡aleluya!».
Esta es la buena noticia que fortifica nuestra fe de
creyentes y nos convierte también en valientes evangelizadores en el mundo de
la salud y en los lugares donde la esperanza se ve ensombrecida por situaciones
de enfermedad, desamparo social y pobreza.
Quisiera destacar las palabras de la Secuencia, que
escucharemos la mañana de Pascua en la celebración eucarística: »...La
Muerte y la Vida se enfrentaron en un duelo extraordinario: el Señor de la Vida
estaba muerto, ahora, reina vivo. Dinos, María, ¿qué viste en el camino?
El sepulcro de Cristo vivo, la gloria del Resucitado; y los ángeles sus
testigos, el sudario y las vestiduras; Cristo, mi esperanza, ha resucitado y va
delante de los suyos a Galilea...», haciéndome eco también de las palabras
de san Pablo: “Pero si Cristo no ha resucitado, vacía es nuestra
predicación, vacía es también vuestra fe” (1Cor 15,14), y yo
añadiría: “vacía es también nuestra esperanza”.
Queridos hermanos, la Santa Pascua del Señor que
celebramos quiere ser para nosotros y para los que se nos acercan, una luz en
las tinieblas de nuestro tiempo. La sociedad, tan rica en cosas, medios y
oportunidades, sufre una pobreza de relaciones, de amor, de esperanza y de lo
necesario para una vida serena y digna. Las desigualdades y las injusticias
sociales parecen seguir imperando, a pesar del proceso de globalización, con
sus consabidas ventajas e inconvenientes. La Pascua del Señor nos invita a esperar
y a creer, a pesar de todo, que el cambio es posible, que es posible
transformar el dolor en alegría, que es posible incluso vencer a la muerte.
Necesitamos salir de nuestros conflictos, de nuestras
costumbres, seguridades y convicciones establecidas, para emprender nuevos
caminos hacia un futuro ya iluminado por el Resucitado. La Pascua del Señor
desata la esperanza e ilumina nuestro futuro, nos invita a caminar, a avanzar y
a no dejarnos llevar por tentaciones nostálgicas, hacia caminos ya recorridos y
ahora sin salida.
El Resucitado debe convertirse para nosotros, creyentes y
abiertos a la esperanza, en el horizonte de referencia que abre lo bello y lo
nuevo que nos espera y nos proyecta hacia dimensiones abiertas con una mirada
trascendente y espiritual sobre la realidad, abierta también al absoluto de
Dios, que quiere siempre nuestro bien.
La Santa Pascua me brinda la oportunidad de invitar a
toda la Familia Hospitalaria a ser portavoces de este mensaje de vida y
esperanza pascual, tal como lo vivió San Juan de Dios. Su amor apasionado por
los enfermos, su experiencia de la misericordia recibida y entregada, hicieron
de él un hombre de esperanza, abierto al futuro de Dios para cada hombre y en
su historia personal. Su capacidad para vivir en la realidad, afrontándola con
una mirada nueva y renovadora, provenía de su profunda relación con el Señor
Resucitado. No creo exagerar si digo que la espiritualidad de Juan de Dios es
una espiritualidad pascual, porque en él recibió la fuerza y el coraje para
realizar gestos y acciones que van más allá de la mera prudencia humana. Sus
pensamientos y acciones estaban inspirados por la certeza de que sólo en la fe
en el Señor Resucitado encuentra plena realización nuestra vida y la de
aquellos a quienes asistimos.
Me inspiro de nuevo en el pensamiento de un padre de la
Iglesia, san Gregorio de Nisa, que dijo en una homilía de Pascua: «Ha
aparecido otra generación, otra vida, otro modo de vivir, un cambio en nuestra
misma naturaleza».
Queridos hermanos, hemos de convencernos y tomar nota, de
que sólo en el horizonte del Resucitado podemos tener el valor de situarnos en
la realidad con una mirada nueva, con un corazón abierto al futuro, con un
empuje y audacia capaces de superar todo obstáculo que nos impida vivir la
nueva experiencia que Cristo nos pide hoy para nuestra Familia Religiosa. Que
no nos falte valor; el Señor Resucitado nos testimonia que, en el nombre de
Dios, todo es posible.
Mi deseo para todos vosotros es que acojáis las palabras
de Jesús que se apareció a sus discípulos la tarde de Pascua: «La paz esté con
vosotros» (Jn 20,21) Y que esta paz que viene de lo alto habite en nuestros
corazones, en nuestras comunidades, en nuestras familias y en todas nuestras
Obras Apostólicas.
Junto con mi Consejo, os deseo una Santa Pascua de
serenidad, alegría y paz.
Hno.
Pascal Ahodegnon, O.H.