El 7 de agosto de 1745, la monumental estatua de San Juan de Dios, realizada por el artista florentino Filippo Della Valle (1698-1768), fue colocada en una de las treinta y nueve nichos de la Basílica Vaticana, especialmente dedicados a albergar las esculturas de los santos fundadores de órdenes y congregaciones religiosas.
Al entrar en San Pedro, justo al inicio del transepto izquierdo, en el pilono de San Andrés se abre el nicho que alberga el grupo de mármol que representa al Santo de Granada mientras sostiene firmemente a un enfermo pobre. La figura de San Juan de Dios impone su presencia con solidez dentro del nicho, pero esa ligera flexión en las piernas y en el brazo, que se extiende desde la cavidad de mármol, parecen querer sacar al Santo de su quietud, como si quisieran comunicar un sentido de movimiento y empatía.
El artista esculpió un rostro hermoso, atravesado por una mirada intensa y regia, adornada con la corona de espinas, símbolo de la configuración de Juan de Dios en Cristo. Los pies son desnudos, porque, como narra Castro, siempre iba descalzo, y sus ojos amorosos dirigidos a todos los enfermos, con el deseo de cuidar cada una de sus necesidades, invitan a una profunda reflexión: un llamado a difundir en el mundo un mensaje de compasión y solidaridad, una invitación a vivir con el corazón abierto y a tender la mano a quienes sufren, expandiendo la hospitalidad en el mundo.
Imagen «cortesía de la Fabbrica de San Pietro en Vaticano»