
A toda la Familia Hospitalaria de San Juan de Dios.

Apreciados todos, el próximo sábado 15 de noviembre
celebraremos la solemnidad de Nuestra Señora del Patrocinio. Para nosotros, la
Familia Hospitalaria de San Juan de Dios, es significativo celebrar esta fiesta
en el periodo en que conmemoramos la clausura del LXX Capítulo General de la
Orden, celebrado en Częstochowa el año pasado. Esta coincidencia nos hace
sentir que estamos acompañados en nuestro camino por María, nuestra Esperanza,
Madre y Maestra de hospitalidad.
La Virgen María siempre ha ocupado un lugar privilegiado
en nuestra espiritualidad; es ella quien nos enseña a vivir con esperanza
incluso los momentos más difíciles y dolorosos de la Orden y de todos nuestros
assistidos. El Papa Francisco, en la Audiencia General en la Plaza de San Pedro
el 10 de mayo de 2017, decía: «María ha vivido más de una noche en su camino
de madre. Desde su primera aparición en la historia de los Evangelios, su
figura se perfila como si fuera el personaje de un drama. No era un simple
responder con un “sí” a la invitación del ángel: y sin embargo Ella, mujer
todavía en plena juventud, responde con valor, no obstante nada supiese del
destino que la esperaba. María en ese instante se nos presenta como una de las
muchas madres de nuestro mundo, valientes hasta el extremo cuando se trata de
acoger en su propio vientre la historia de un nuevo hombre que nace.
Ese “sí” es el primer paso de una larga lista de
obediencias —¡larga lista de obediencias!— que acompañarán su itinerario de
madre. Así María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que a
menudo no comprende todo lo que le ocurre alrededor, pero que medita cada
palabra y acontecimiento en su corazón....
En esta disposición hay un rasgo bellísimo de la
psicología de María: no es una mujer que se deprime ante las incertidumbres de
la vida, especialmente cuando nada parece ir en la dirección correcta. No es ni
siquiera una mujer que protesta con violencia, que se queja contra el destino
de la vida que revela a menudo un rostro hostil. En cambio es una mujer que
escucha: no os olvidéis de que siempre hay una gran relación entre la esperanza
y la escucha, y María es una mujer que escucha. María acoge la existencia tal y
como se nos entrega, con sus días felices, pero también con sus tragedias con
las que nunca querríamos habernos cruzados. Hasta la noche suprema de María,
cuando su Hijo está clavado en el madero de la cruz.».
Queridos hermanos y hermanas, he querido volver a
proponerles este breve fragmento de la catequesis del Papa Francisco, no sólo
por la autoridad de la fuente, sino porque esta reflexión pone de relieve las
dificultades de este tiempo que estamos viviendo como Familia de San Juan de
Dios. También nosotros estamos experimentando el tormento de una novedad que
aún no podemos imaginar, pero que debe nacer para entrar en un nuevo camino de
hospitalidad. Estamos asistiendo con dificultad al nacimiento de algo «nuevo»,
al que aún no conseguimos dar forma, pero sentimos la necesidad, junto con la
alegría de un futuro que está naciendo. Queremos aprender de María, que nos
enseña a mirar al futuro con esperanza, a decir un «sí» pleno, decidido e
incondicional a lo que el Señor está creando de nuevo y hermoso en nuestra
Orden.
No quisiera parecer ingenuo o demasiado idealista, pero
creo que confiar en Dios como ha confiado la Virgen María, con una fe fuerte y
una vida coherente, nos ayuda sin duda a abrirnos a lo nuevo y a dejarnos
involucrar en nuevos proyectos pensados por Dios para nosotros, sin oponer
resistencia ni obstáculos a su voluntad, porque Él es la verdadera Esperanza.
La vida de San Juan de Dios, aunque breve, estuvo marcada
por esta disponibilidad a la voluntad de Dios, que él buscó durante toda su
existencia hasta el día en que, sin dudarlo, se lanzó al río en un intento,
lamentablemente fallido, de salvar al desafortunado que había caído en las
aguas del río Genil. Ese intento de rescate le costó la vida. Me gustaría que
nosotros también asumamos esta experiencia de Juan de Dios, dejándonos
sorprender por lo que el Señor nos está preparando, renunciando al pasado si es
necesario, y haciéndonos disponibles, como María, para ser transmisores
creíbles de esperanza, abriéndonos a formas de hospitalidad que hablan y
transmiten la bondad, la belleza y la ternura de Dios.
En María Madre de la esperanza, como Familia de San Juan
de Dios estamos llamados a ejercer una presencia capaz de infundir vida donde
todo parece morir, a iluminar donde todo parece apagarse, a devolver la
dignidad donde todo parece ir en contra del respeto del ser humano en sus
formas más frágiles y vulnerables.
Necesitamos, sobre todo en estos tiempos tan complejos,
recuperar nuestra devoción a la Virgen María, no sólo valorando las diversas
festividades propuestas por la Iglesia Universal o las locales, sino buscando
que Ella sea siempre parte integral de nuestra espiritualidad y de nuestro
actuar cotidiano, como nos recuerda nuestras Constituciones n. 25. Que Ella nos
acompañe en este camino de búsqueda de la voluntad de Dios y nos ayude a abrir
nuestro corazón sin ningún temor, sabiendo que en la voluntad de Dios
encontramos la paz y un futuro mejor.
Termino este breve mensaje haciendo mías las palabras del
Papa Francisco: «... por eso todos la
amamos como Madre. No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo, que es la
Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la espera, incluso cuando
todo parece carecer de sentido: ella siempre confía en el misterio de Dios,
incluso cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo. En los
momentos difíciles, que María, la Madre que Jesús nos ha regalado a todos,
sostenga siempre nuestros pasos, que siempre diga a nuestro corazón:
«¡Levántate! Mira hacia adelante, mira al horizonte», porque Ella es Madre de
la esperanza».
A todos les envío mi fraternal saludo, deseándoles que
redescubran la belleza de la Virgen Madre y la eficacia del amor que le hemos
dedicado.
Feliz fiesta para todos.
Hno. Pascal Ahodegnon, O.H.