
“¡Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra, paz a los hombres amados por
él!”. (Lc 2,14)
A toda la Familia de San Juan de Dios,

Queridísimos, la Santa Navidad que estamos a punto de celebrar nos ofrece una nueva ocasión para sentirnos más familia y más unidos, para reanimar en la fe nuestra misión apostólica y hospitalaria al servicio de los pobres y de los enfermos. La condición humana que compartimos nos hace experimentar cada día nuestra fragilidad y, por ello, sentimos con fuerza la necesidad de encontrar nuevas fuentes de vida para vivir y testimoniar cada vez con más entusiasmo y conciencia nuestra fe, enraizada en la esperanza y vivida en la caridad. En este Año Jubilar, que estamos por concluir, hemos tenido muchos momentos y oportunidades para reflexionar y meditar sobre el significado de nuestra existencia como Hijos de Dios, llamados a encarnar la Palabra divina que nos ha sido dada en Jesús.
El nacimiento de Cristo es, desde hace siglos, el
anuncio gozoso del Amor de Dios por los hombres: Dios entra en el mundo, no
para dominarlo, sino para salvarlo. Entra en el mundo no para poseerlo, sino
para amarlo, entrando en el corazón de cada hombre para transformarlo en amor.
Los ángeles, con su canto en la santa noche, unen el cielo y la tierra: llevan
el Cielo a nuestra vida y guían nuestra vida a descansar en el corazón de Dios.
La Navidad no es un cuento ni una leyenda que
despierta en nosotros el encanto y la inocencia de la infancia. La Navidad nos
dice que Dios toma en serio al mundo: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que
entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga Vida eterna”. (Jn 3,16).
Por eso la Iglesia propone el tiempo
fuerte de Adviento como una oportunidad para abrir nuestro corazón al Señor que
viene y compartir su misión de amor que sana las heridas de la humanidad. Él
nos ama, confía en nosotros, quiere hacernos partícipes de su proyecto de amor
para cada hombre. Dios ha mirado a la humanidad con ojos de ternura y
misericordia, renovando su confianza en nosotros y llamándonos a compartir su
misión de amor. Este es el tiempo en el cual debemos preguntarnos si somos
conscientes de ser amados por el Señor ¿Cuánto espacio tenemos en nuestra vida
para Él, en nuestros proyectos? ¿ En nuestro modo de pensar cuánto está
involucrado el futuro de nuestra vida y de nuestra Orden Hospitalaria? Me
vuelven a la mente las palabras de Jesús: “...porque separados de mí, nada
pueden hacer” (Jn 15,5). Esta verdad, si es comprendida y acogida nos
libera de la arrogancia de autosuficiencia y nos abre a la confianza en la
gracia.
Querida Familia; somos conscientes de que las
dificultades no faltan y no faltarán, pero a pesar del desconcierto y a veces
también la desorientación que experimentamos, sabemos que tenemos a nuestro
lado la presencia de Jesús como compañero seguro de camino. Hemos nacido en la
Esperanza y por eso nuestro corazón no se cansa nunca de esperar; es más,
precisamente ante las dificultades existenciales y el sufrimiento que la vida
nos depara, parece impulsarnos con más fuerza a no perder la esperanza, porque
esta se vuelve necesaria e indispensable, como lo es una medicina eficaz y
adecuada para una buena curación y para retomar el camino que la vida nos
marca. Con la celebración de la Santa Navidad, la Iglesia nos recuerda que todo
proyecto de Amor tiene su origen en Jesús, Príncipe de la paz. Queremos ser con
Él protagonistas de una experiencia de vida nueva, para proponerla como
alternativa a la desesperación y a todo aquello que es obstáculo para la
felicidad del hombre. Una mirada cristiana sobre la realidad nos permite
entrever un rayo de esperanza en cada situación de la vida, porque fundamos
nuestra fe y nuestra esperanza en un acontecimiento que continúa iluminando
nuestra existencia y haciéndola siempre digna de ser vivida.
Si el Jubileo de la Esperanza se acerca a su
conclusión, no debe concluir nuestro camino de búsqueda de Dios y de nuevas
sendas para expandir el amor divino que expresamos con el carisma de la
Hospitalidad. La experiencia de san Agustín, aún actual para nosotros, nos
indica el camino en el cual nos reencontrarnos a nosotros mismos y a Dios. Su
frase más conocido de las Confesiones dice: “Nos has hecho para Ti,
Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”. “Ad Te
fecisti nos, Domine, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te”
(libro 1, cap 1.5).
Nuestro corazón, a veces tan cargado por la vida,
necesita de la presencia del Señor como necesitamos del aire que nos permite vivir. Si queremos que
la esperanza siga siendo una presencia constante que acompaña todos nuestros
días, es necesario y urgente cultivar y cuidar nuestra vida espiritual en este
tiempo en el cual el corazón del hombre está inquieto y se encuentra ante
grandes desafíos. Estamos llamados a “contagiar” con nuestra cercanía a hombres
y mujeres para que experimenten el poder salvador de este don, no solo como
camino de curación, sino también como premisa de un futuro mejor, a la medida
de los hijos de Dios. Que la Navidad sea para todos un mensaje de esperanza,
una medicina para nuestro tiempo, porque acogiendo este mensaje divino y asumiéndolo
como parte de nuestra vida podamos recibir la novedad de Dios, que siempre es
presagio de bien y de paz para cada hombre y para todos los hombres de buena
voluntad.
Os saludo dejándoos una vez más las palabras de
san Agustín, Padre de nuestra Regla, quien exhorta a progresar en el bien, a no
cansarnos y no detenernos para que el Espíritu de la Navidad continúe su obra
de salvación en cada uno de nosotros: “Avanza, avanza en el bien... Si
progresas, caminas; pero debes progresar en el bien, en la recta fe, en la
buena conducta. ¡Canta y camina! ¡No salgas del camino, no mires atrás, no te
detengas!” (San Agustín, Sermón 256, seccion 3).
Continuemos confiados en hacer el bien, seguros
de cumplir la voluntad de Dios y de ser continuadores creíbles de la Obra
iniciada por San Juan de Dios.
A cada uno de vosotros llegue el deseo de una
feliz Navidad y un sereno 2026.
Hno. Pascal Ahodegnon, O.H.