

El año 2025 marca los 475
años de la muerte de San Juan de Dios (8 de marzo de 1550). Los testimonios
recogidos durante el proceso de beatificación transmiten a la historia un
momento de extraordinaria intensidad espiritual, con el sabor de una “Navidad
al revés”: no el nacimiento físico de Cristo, sino el nacimiento eterno de un
hombre totalmente entregado a su Señor.
Los testigos afirman que
Juan de Dios murió de rodillas, en actitud de adoración, y con un Crucifijo
entre las manos. Sus últimas palabras «Jesús, Jesús, en tus manos encomiendo mi
espíritu» resuenan al Evangelio y muestran una vida consumida en el amor
misericordioso hacia los pobres. Según varios testimonios, en la habitación se
escuchó un ruido como de personas que entraban y salían, probablemente ángeles,
acompañado de fragancia y armonías celestiales que perduraron durante días. La
ciudad de Granada acudió en masa, hasta el punto de que fue necesario trasladar
el cuerpo para evitar la sustracción de reliquias.
De Belén a Granada: dos
adoraciones que se encuentran. En Belén, los pastores se arrodillaron ante un Niño indefenso, signo de
la ternura de Dios que se hace pobre; y en su lecho de muerte, Juan de Dios se
arrodilló ante el Crucificado, signo supremo del Amor que da la vida. En ambos
casos, la actitud es la misma: adoración, asombro, entrega total.
Para Juan de Dios, el
Crucifijo no era solo el recuerdo de la Pasión, sino el Hijo de María venido al
mundo por amor. Su devoción al Cristo sufriente nace del mismo misterio que
contemplamos en Navidad: el Dios que se acerca a los últimos, que se deja
tocar, que carga sobre sí la miseria humana. La tradición cristiana de la
Navidad proclama que el Verbo se hizo carne para “anunciar la buena noticia a
los pobres”. Esto es lo que San Juan de Dios encarnó de modo radical durante
sus doce años de misión en Granada. Al adorar moribundo al Crucificado, adoraba
al mismo Cristo acostado en el pesebre: frágil y necesitado. Por eso su muerte
puede leerse como una “Navidad al revés”: no el nacimiento de Dios en la
historia, sino el nacimiento definitivo de Juan de Dios en Dios.
En este 475º aniversario, su
ejemplo invita a la Familia Hospitalaria y a cada uno de nosotros: a dejarnos
tocar por la fragilidad de los demás, a unir la ternura de la Navidad con la
misericordia de la Cruz, y a encontrar en la adoración del Niño y del
Crucificado la fuente de la caridad concreta.