Hermanos y Colaboradores juntos para servir y promover la vida

Reflexión sobre la colaboración de los laicos con la vida y la obra de la Orden

 

                        INTRODUCCION

 

 

 

1    Ya en los orígenes, la Orden Hospitalaria asoció a su     apostolado caritativo a laicos no pertenecientes a la comunidad de Hermanos. La colaboración de personas piadosas o deseosas de servir a los enfermos y necesitados, ha sido una constante en la historia de la Orden. Sin embargo, principal­mente desde el Capítulo extraordinario de 1979, se impulsó el movimien­to que promueve la relación entre los Hermanos y los colaborado­res, con el fin primordial de conseguir una asisten­cia cada vez más eficiente y humanizada, orientada a la evan­gelización de los destinatarios de nuestra misión.

 

 

     El Capítulo General de 1988 marcó un momento que podemos definir "histórico", pues primera vez en la historia de la Orden vió la participación de Colaboradores laicos, que repre­sentaban a las Provincias de la Orden. En el mismo Capítulo se cons­tató que no se podía tomar una postura definida sobre el movimiento de laicos, puesto que la variedad de ámbitos en los que está presente la Orden, no facilitaba la acepción de un significado unívoco. Se optó por una declaración amplia que orientara la reflexión posterior, hasta llegar a una defini­ción concreta por parte de la Orden, enco­mendando al Go­bierno General que se responsabilizara de clarificar "los conceptos y los niveles de relación y partici­pación de los Colaboradores en la vida de la Orden"[1].

 

 

2    Algunos meses después de concluido el Capítulo General, fue      publicada la Exhortación Apostólica Christifideles laici, que recoge las aportaciones de los Obispos durante el Sínodo de 1987. En ella se insiste en la necesidad de recono­cer y promover la misión de los fieles laicos en la Iglesia, y se dan orienta­ciones acerca de la colaboración concreta que están llamados a prestar en el ámbito de la evangelización, como respuesta personal a la consagración bautismal.

 

 

 

 

Razones que motivan la publicación de este documento

 

 

3    La razón más importante, sin duda, se apoya en la finali­dad      apostólica de los Centros de la Orden que, como es obvio, no se puede pretender realizar aisla­damen­te: es necesa­rio expresar nuestra comunión con la Iglesia, acogien­do gozo­samen­te su invitación a integrar a los Colaboradores en la evangeli­zación del Mundo de la  Salud, teniendo en cuenta que los enfer­mos y los necesitados tienen derecho a ser evan­geli­zados.

 

 

4    Otro motivo importante que avala la oportunidad de este   documento, es el hecho del cambio que se ha produci­do en el Mundo de la Salud. Vale la pena, aunque sea conocido, tener presente que, hasta hace unas décadas, los Centros de la Orden tenían una estructura organizativa y de gestión que permitía a los Hermanos realizar casi todas la funciones. La presencia de los Colaboradores en la asistencia y en la direc­ción era mínima. Actualmente, en la casi totali­dad de los Centros, ésta se ha multiplicado, mientras la de los Hermanos ha decrecido.

 

 

     Esto exige a los Hermanos resituarse en el Centro, te­nien­do en cuenta la realidad, en coherencia con su vocación.

 

 

Objetivos de este documento

 

 

5    El objetivo inmediato es cumplir lo que el Capítulo enco-     mendó al Gobierno General, es decir, clarificar los conceptos y los niveles de realación entre los Colaboradores y los Hermanos.

 

     Sin embargo, este objetivo presupone algunos más, entre los que señalamos:

 

     - Fundamentar doctrinalmente los niveles de relación entre los Hermanos y los Colaboradores.

 

     - Definir debidamente los términos que se emplean, y los niveles de participación de los Colaboradores en la vida de la Orden, para llegar a un lenguaje común.

 

     - Superar las dificultades de comprensión y relación que existen entre los diversos grupos y que, como resulta­do, provocan el distanciamiento y privan a los desti­natarios de la asistencia, de un servicio más eficien­te y humani­zado.

 

     - Conseguir una verdadera alianza entre las perso­nas que cola­boran, en los Centros de la Orden, en la asisten­cia de los enfermos y necesitados.

 

 


Terminología

 

 

 

6    Para la recta comprensión e interpretación de este documen­    to, es importante tener en cuenta el sentido que se da a los términos que en él se emplean, con el fin de superar algunos equívocos. Señalamos los principales:

 

     - Laicos. Se entiende en el sentido que le da la Igle­sia, es decir:

 

      "Con el nombre de laicos -así los describe la Consti­tu­ción Lumem Gemtium- se designan aquí todos los fieles cristia­nos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les corres­ponde"[2].

 

 

     - Colaboradores. El LXII Capítulo General incluye en este  término a los "Trabajadores, Voluntarios y Bienhechores."[3] Este es el significado que tiene en el documento.

 

 

     - Trabajadores. Se entiende aplicado a todas las perso­nas que  expresan su capacidad de servicio al prójimo en los cen­tros de la Orden, con un contrato laboral. No se in­cluye a los Hermanos de la Comunidad.

     - Voluntarios. Son las personas que, animadas de dife­rentes motivaciones, dedican parte de su ser, por tanto de su tiempo, de forma generosa y desinteresada al servicio de los enfermos y necesitados, colaborando activamente en la humanización de la asistencia, en los Centros de la Or­den.

 

     - Bienhechores. Personas que ayudan económica y/o espiri­tualmente a la Orden.

 

     - Mundo de la Salud. Se emplea esta denominación gené­rica, con el fin de englobar las diferentes formas de asisten­cia a enfermos y necesitados, con las que la Orden expre­sa su misión.

 

 

 

Algunos presupuestos

 

 

7    Los Centros de la Orden están sujetos a las normas gene­rales de las instituciones similares, cuando se trata de definir y realizar los fines sociales, y en lo concerniente a la contrata­ción de los trabajadores. Sin embargo, es fundamen­tal tener en cuenta las peculiaridades por las que se rigen, también reconoci­das por las leyes de la mayoría de las nacio­nes.

 

 

 

 

 

A. Carácter confesional de los Centros de la Orden

 

 

8    La razón de ser de la Orden Hospitalaria es:

 

     "Vivir y manifestar el carisma de la hospitalidad al estilo de San Juan de Dios"... dedicada "al servicio de la Iglesia en la asistencia de los enfermos y necesitados"..., para mantener "viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de Nazaret" y, de este modo, ser "signo y anuncio de la llegada del Reino de Dios"[4]

 

 

     Por tanto, sus centros se definen "confesionales".

 

 

9    No es necesario justificar el derecho de la Iglesia y, en      consecuencia, de la Orden, a organizar y dirigir centros asistenciales que, realizando tareas que de suyo competen al ámbito de lo "temporal", convierten la tarea social en acción evangelizadora. Con ésto, la Iglesia no hace más que continuar

expresando el amor de Dios a los hombres, mediante acciones con la que Jesús de Nazaret lo manifestó. Acciones a las que él dio el valor de "signos" visibles de la llegada del Reino de Dios, y de su cualidad de Mesías. (Cfr. Lc 7, 18-23)

 

 

     La Orden, al sentirse continuadora en la Iglesia de la acción misericordiosa y salvífica de Jesús, siguiendo el camino de Juan de Dios, lo hace desde una perspectiva ecuméni­ca: abierta a todos y, por tanto gozosa de servir a cuantas personas lo necesitan, creyentes o no creyentes, cristiano o pertenecientes a otras confesiones religiosas.

 

 

     Por lo mismo, respetará siempre cualquier forma de pensar y sentir y atenderá con a cualquier solicitud que, desde otras creencias religiosas, expresen las personas atendidas en sus Centros.[5]

 

 

10   Al mantener centros propios, la Orden Hospitalaria lo hace    con la misma intención que animó a su Fundador, tras experimentar en carne propia la deshumanización de la asis­tencia a los enfermos acogidos en el Hospital Real de Granada:

 

     "Y viendo castigar los enfermos que estaban locos con él,decía: Iesu-Cristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio, y servirles como yo deseo"[6].

 

 

     Su deseo era, ni más ni menos, servirles con amor, procu­rándoles cuanto contribuyera a su salud, bienestar y salva­ción. Hoy diríamos una asistencia integral, con sentido evan­gélico.

 

 

11   Esto no significa que la Orden limite la asistencia a los     centros propios. Nunca ha sido así, ni siquiera en tiempo del Fundador. En realidad, la rápida difusión de la Orden se debió, en gran parte, a que los Hermanos acompañaban la Armada Española, para atender a los enfermos y heridos. Además, los Hermanos respondían, siempre que les era posible, a las invi­taciones de los Obispos y de las autoridades civiles y se hacían cargo de hospitales de las diócesis y de los munici­pios. Las actuales Constituciones de la Orden mantienen la misma línea, de acuerdo con la tradición.[7]

12   La propiedad de los centros, tampoco se puede enten­der como      intención de discriminar a ninguna persona. Los Centros de la Orden, comenzando por el primer hospital de Juan de Dios, están abiertos a todos: "Siendo esta casa de carácter general, se reciben en ella, sin distinción, enfermos y gentes de todas clases"[8].

 

 

     Las palabras "se reciben enfermos y gentes de todas cla­ses", hay que entenderlas en sentido amplio: toda clase de enfermos y necesitados, hombres y mujeres de diferente raza, credo y condición social.

 

 

     Así se ha mantenido a lo largo de los siglos, como lo atestiguan las Constituciones de la Orden.

 

 

13   A la base de todo, como se deduce del deseo de Juan de Dios, está el principio de hacer el bien, bien hecho: no limitarse a una asistencia sin vida, descuidando la calidad, sino uniendo el sentido de caridad cristiana al de justicia, para ofrecer a los enfermos y necesitados un servicio eficien­te y cualificado, científica y técnicamente[9].

 

 

B. Filosofía de la Orden

 

 

14   Del carácter confesional de los Centros, se deduce que la     Orden cuenta con una inspiración original, una tradi­ción secular y un sentido de apertura a las orientaciones de la Iglesia y a los cambios socio-políticos que, tácita o expresa­mente, se traducen en una filosofía propia. Esta no se limita al cuerpo doctrinal -teológico, jurídico y consuetudi­nario- que fundamenta y regula la estructura, la orientación y el funciona­miento de sus instituciones asistenciales. A éste hay que sumar lo que podemos denominar el estilo propio de enten­der y practicar el don de la Hospitalidad que, en defini­tiva, anima e impulsa la expresión concreta, teórica y prácti­ca, en una doctrina, normas y costum­bres que apoyan y regulan la misión de la Orden.

 

15   Aunque la Filosofía de la Orden se desarrolla en otro     documento, al que remitimos para mejor información, es bueno tener en cuenta los principios fundamentales que la inspiran, y que indicamos a continuación.

     1. La Orden Hospitalaria surge en la Iglesia y en la socie­dad como fruto del don de la Hospitalidad, que el Espíri­tu Santo concedió a su Fundador, San Juan de Dios. El, animado de una fuerza interior, fundamentada en la experiencia del amor misericordioso de Dios y en una fe profunda, tradujo el don recibido en la entrega plena de su persona al servi­cio de Dios en los po­bres de la ciu­dad de Granada[10].

 

     2. El ejemplo de Juan de Dios animó a otros hombres a se­guir su estilo de vida. Se sintieron motivados a servir a Jesucris­to en los pobres, para imitarlo y colaborar con El en la salvación del prójimo[11].

 

     3. Los Centros de la Orden tienen, por tanto, sentido apostó­lico-asistencial, entendido así:

 

     - La experiencia de ser amados misericordiosamente por Dios, anima a los Hermanos a consagrar su vida a Dios en el servicio a los enfermos y necesitados[12].

 

     - El apostolado, fin último de la Orden, se realiza en y mediante la asistencia integral a los necesita­dos[13].

 

     4. La misión de la Orden se inspira en el "espíritu" del Fundador; en los principios de la caridad cristiana; en las orientaciones de la Iglesia Católica, especialmente en cuestiones de Bioética y Doctrina Social; asume la legisla­ción de cada nación sobre la asistencia sanitaria y social, cuando no lesiona los derechos de la fundamentales "de la persona a nacer, vivir decorosamente, ser curada en la enfermedad y morir con dignidad".[14]

 

 

     5. Los destinatarios de la misión de la Orden son todas las personas que sufren a causa de la pobreza, la enfermedad y la marginación social, sin excluir a nadie a causa de la raza, religión, ideología y clase social, orientándo­se preferente­mente a los más necesitados[15].

 

     6. Los Centros de la Orden están dispuestos a colaborar con el estado y con otras instituciones, siempre y cuando sean reco­nocidos y aceptados los principios apostólicos, éticos y jurídicos que inspiran y animan su actividad.[16]

 

     7. La Orden valora, asume y promueve el progreso científico y técnico, que se ha producido , y está en constante evolu­ción, en el Mundo de la Salud. Está decidida a valerse de cuantos medios facilitan y promueven el servicio inte­gral a los enfermos y necesitados, en cuanto contribuyen a su rehabilitación y reinserción social[17].

 

     8. La Orden valora, acepta y promueve la colaboración de cuantos deseen contribuir a la asisten­cia y rehabilitación de los enfermos y necesitados, a condición de que acepten y respeten la Filosofía de la Or­den[18].

 

     9. La Orden asume y defiende los derechos de los trabajado­res que colaboran en sus Centros, y se compromete a cumplir con las orientaciones de la Doctrina Social de la Iglesia y de las respectivas naciones, salvando siempre los dere­chos de los enfermos y necesitados.

 

     10. La Orden reconoce el derecho de los Colaboradores a crecer en cuanto personas. Por lo cual:

 

     - En el ámbito de lo profesional, y desde la considera­ción del Centro Asistencial como empresa, reconoce, valora y se compromete a promover, en la medida de sus posibili­dades, la formación permanente y cuantas actividades contribuyan al desarrollo y bienestar de los trabajadores y de sus familias.

 

     - Ofrece a todos los Colaboradores -trabajadores, volun­tarios y  bienhechores- la oportunidad de desarrollar su formación cristiana y de expresar su fe, partici­pando, como en otro lugar de este documento se expone, más di­rectamente en su vida y misión.

 

 

Esquema general del documento

 

 

16   Finalizamos esta introducción con el esquema general del documento Hermanos de San Juan de Dios y Colaboradores, unidos para promover y servir la vida.

 

     Ante todo, unas palabras sobre el título. Intenta refle­jar lo que la Orden pretende: sumar las cualidades y energías de cuantas personas conviven diariamente en los Centros de la Orden -pacientes, Colaboradores y Hermanos- para realizar un servicio eficiente y humanizado que transmita vida, la promue­va y dignifique.

 

 

17   En los siguientes capítulos se tratará sucesivamente:

 

     1. En el primer capítulo, fundamentados en la Antropología, se analizan los diferen­tes niveles de relación entre los Hermanos y Colaboradores y se analizarán algunas cuestiones prácticas que, indudablemente, influyen en la comunicación y relación mutua.

 

     2. El segundo capítulo, intenta fundamentar teológicamente la vocación de los fieles laicos y la identidad de los Herma­nos de San Juan de Dios.

 

     3. En el tercer capítulo se intenta aclarar cuál es y en qué consiste la participación de los fieles laicos en el carisma, la misión y la espiritual­idad de la Orden.

 

     4. Se concluye con un Epílogo en el que se trata de recoger las conclusiones que se derivan de todo lo anterior.


                      CAPITULO PRIMERO

 

 

 

          Relaciones entre Hermanos y Colaboradores

                       a partir de la

           vocación de la persona a la "comunión"

 

 

 

Concepto preliminares

 

 

18   Deseamos exponer brevemente los conceptos que, desde la   Antro­pología, fundamentan el servicio a los enfer­mos y necesi­tados. Es un aspecto, nada más, de lo que signi­ficaría una reflexión global sobre la capacidad y necesi­dad de rela­ción-comunión de la persona humana, que nos lleva­ría a anali­zar, al menos, los siguientes puntos:

 

     1. La persona humana es un ser compuesto y radicalmente unitario, estructural y operativamente. Con esto se afir­ma que en la persona existen elementos biológicos que, en algún sentido, son cuantificables y reductibles a lo mate­rial; y, al mismo tiempo, posee un nivel psico­ló­gico-espi­ri­tual, que es irreductible y que transciende la mate­ria, al que llamamos alma.

 

     Ahora bien, la persona no se constituye por la simple unión extrínseca de esas sustancias, sino que es una unidad primaria: las sustancias que la integran tienen una sola unidad estructural, que le viene dada por la unidad perso­nal.

 

 

     Lo mismo sucede en el obrar: tampoco puede darse una acti­vidad puramente psicológica-espiritual, ni pura y exclusi­va­mente biológica o sensorial: todo acto humano, en cuanto tal, es un acto de toda la persona.

 

 

     2. La persona humana es radicalmente limitada Aunque ha sido enriquecida con una bondad esencial, que la hace "seme­jan­te" al Creador (Gen 1, 27), que la impulsa a lo bueno, a la comunión y solidaridad, experimenta, en sí misma, tenden­cias negativas que la inducen al mal, al egoísmo y a la destruc­ción: tiende al bien, pero es capaz del mal.[19]

 

 

     En sus aspectos negativos, la limitación humana explica la experiencia del sufrimiento, la enfermedad y la muerte.

     Desde una visión positiva, se constituye en la fuerza interior que estimula a la persona a cultivar y fomen­tar la vida, a crecer personalmente y a colaborar en el desarrollo del hombre y del cosmos. Desde esta visión, se ilumina el sentido "transcen­dente" de la existencia humana, como capaci­dad esencial de "salir" de sí mismo, para desarrollar constan­temente los valo­res y las capa­cidades personales, en orden a conseguir progre­sivamen­te niveles superiores de relación con los demás y con Dios. Este es el porqué la persona no es un ser "termi­na­do", perfecto, sino capaz de conseguir la perfec­ción progresivamente.

 

     Esta visión positiva de la limitación humana, en defini­ti­va, fundamenta y explica el siguiente nivel.

 

 

     3. La persona humana es esencialmente "abierta": al mundo, a los otros hombres y a Dios.

 

 

19   A lo largo de todo el capítulo tendremos en cuenta los tres      aspectos, pero vamos a centrarnos en la capacidad-necesi­dad de "apertura" de la persona. No sólo porque es el punto que se refiere directamente al tema que nos interesa, sino, como se deduce fácilmente, se puede considerar como la cima y la expresión más rica de la unidad radical y de la visión positiva de la limitación humana.

 

 

20   Se podría abordar la "apertura" de los Hermanos y Colabora­    dores, principalmente, como:

 

     - Relación de unos con otros;

     - Relación con los enfermos y necesitados.

 

     En realidad, cuanto se diga tiene como objetivo principal mejorar la relación con los enfermos y necesitados, pero no vamos a tratar expresamente de esto: situamos la reflexión en el tema central del documento, la relación entre los Hermanos y Colabora­dores.

 

 

La persona es un ser "abierto"

 

 

21   Entendemos por apertura humana la necesidad-capacidad de vivir en relación-comunión, con el cosmos, los otros y Dios.

 

 

     Existen, y se distinguen, varios niveles de vivir y mani­festar la "apertura":

 

     - Apertura-donación. Expresa la capacidad que tiene la persona para "salir" de sí misma e ir al "encuentro" del otro. Se pueden distinguir dos niveles: la entrega a los demás, poniendo a su servicio las propias cualidades y, a un plano más profundo, la comunicación de los propios sentimientos y vivencias: la revelación del propio ser, lo íntimo de sí.

 

     - Apertura-acogida. Es la capacidad de aceptar al otro como persona, consintiéndole ocupar un lugar en la propia vida. También se puede manifestar a dos nive­les: escucha del otro y aceptación de la vida del otro en mí: permi­tirle que ocupe un lugar en mí, sin dejar de ser él.

 

     - Apertura-comunión. Es el nivel más rico y profundo de la relación entre personas, en el que ambas se entre­gan y se aceptan en lo mejor de sí mismas, en un intercambio de amor, liberado de formas conscientes de egoísmo.

 

 

22   Esta división lógica, naturalmente, en la vida no se da en    estado puro: los niveles se sobreponen. Todos los niveles, pero particularmente los dos últimos, están sometidos a un proceso, que supone el conocimiento, el aprecio-valora­ción y la aceptación del otro en su identidad y realidad personal. Si no se da este proceso; sobre todo, si no se acepta al otro en cuanto otro, con sus cualidades y sus lími­tes, en su originalidad, que lo hacen distinto a todos los demás, que lo hacen "valioso" en sí mismo, prescindiciendo de lo que es accidental a la persona; sin esto, no se puede hablar de auténtica relación interpersonal.

 

 

23   Con estos presupuestos, vamos a analizar los distintos    niveles de relación que pueden darse entre los Hermanos y los Colaboradores.

 

     - Relaciones a partir de lo que se "hace";

     - Relaciones a partir de lo que "somos"

     - Relaciones a partir de las "motivaciones".

 

 

 

 

Relaciones a partir de lo que se hace

 

 

24   Se trata del nivel más superficial que se puede dar en la      relación, entre las personas que se reúnen para un fin común.

 

 

     En nuestro caso, sería el nivel más superficial de rela­ción entre los Hermanos y Colaboradores. Puesto que hemos distin­guido diferentes modos de colaborar con la Orden perso­nas no pertene­cientes a la misma, nos situamos en la relación que, a este nivel, puede darse entre los Hermanos y los Traba­jadores.

 

 

25   Conviene tener en cuenta que la Orden, para realizar su   misión, necesita el servicio cualificado de los Hermanos y de los Trabajadores. Además, la razón de su presencia en el Centro Asistencial es, única y exclusivamente, la asistencia a los enfermos o necesitados. Naturalmente, esto no excluye, sino apoya, que tanto Hermanos como Trabajadores se sientan motivados a realizar el servicio de tal manera que, en él y por él, expe­rimenten que personalmente se sienten reali­zados y van creciendo en cuanto personas.

 

 

     Esto supuesto, veamos brevemente el nivel de relaciones que, a partir de lo que hacen, pueden vivir los unos con los otros.

 

 

26   Lo primero que se debe tener en cuenta es que, a este     nivel, se establece una relación de igualdad: todos están llamados a poner sus aptitudes al servicio de los enfer­mos o necesitados, para conseguir el objetivo de ofrecerles una asistencia científi­ca y técnicamente cualificada, para garan­tizarles un servicio integral y humanizante.

 

 

     Por otra parte, quien trabaja en un Centro de la Orden sólo debe realizar el servicio para el que está cualificado. 

 

 

27   Una breve consi­deración, que tiene que ver con la evolu­ción   que se ha dado en el Mundo de la Salud y, en concre­to, en los Centros de la Orden.

 

     Hasta hace unos años, a quien servía a los necesitados se le exigía, ¿cómo no?, competencia. Esta no siempre era el resultado de unos estudios que finalizaban con la obtención de un título profesional. Las más de las veces, los Hermanos adquirían esa competencia a base de experiencia, casi siempre fundamentada en unos conocimientos teóricos, adquiridos en los Centros de Formación o en los primeros años de vida religiosa. Nadie discutía el grado de eficiencia, ni el resultado positi­vo de su servicio.

 

 

     Hoy, para ocupar un puesto de trabajo en un Centro Asis­tencial, ya no es suficiente la competencia personal: es necesario avalarla con el título profesional, reconocido oficialmente.

 

 

28   Otro hecho: hasta hace pocos años, ya lo apuntamos antes,     el número de trabajadores en los Centros de la Orden eran muy pocos: casi todos los servicios los realizaban Hermanos. Hoy, debido no sólo a la disminución de vocaciones sino, y sobre todo, a la transformación y al volumen de trabajo de sus Centros.

 

 

     Es imprescindible tener en cuenta estos dos factores, sobre todo el primero, para superar algunas actitudes reticen­tes. Ahondaremos en este punto cuando se trate de la función y finalidad de la Comunidad en el Centro, por lo que ahora no nos detenemos más.

 

 

29   Volvamos al nivel de relaciones que, desde el punto de vista del trabajo en el Centro, pueden existir entre los Hermanos y los Trabajadores.

 

 

     Hemos hecho una afirmación fundamental: a nivel de traba­jo, se establece una relación de igualdad, que parte de la capaci­ta­ción profesional. Indicamos algunos puntos:

 

     - El Hermano y el Trabajador tienen los mismos derechos e iguales deberes.

 

     - Ambos deben realizar el servicio para el que están cuali­ficados.

 

     - Unos y otros tienen derecho a ser debidamente informa­dos y a participar en la dinámica del Centro de acuerdo con su puesto de trabajo, en conformidad con las leyes y el Reglamento del Centro.

 

 

     A este nivel de relaciones, se quiera o no, es fácil que surjan conflictos personales. Los más frecuentes, y que cada vez van adquiriendo formas más sutiles, suelen ser la rivali­dad, la suspicacia, posiciones personales de no aceptación del propio "rol", etc.

 

 

 


Relaciones a partir de lo que "somos"

 

 

30   La vida de la persona no se limita al ámbito de lo que    "hace". En el apartado anterior calificábamos las rela­ciones, desde el punto de vista del trabajo, como el nivel más superficial que puede darse entre quienes se reúnen con el mismo fin.

 

     Para que el trabajo adquiera sentido auténticamente humano, es fundamental que cada persona descubra cuál es su campo de trabajo en la sociedad, se prepare para poder reali­zarlo y encuentre el ambiente apropiado para expresar sus cualidades y aptitudes personales. Entonces, el trabajo supera el sentido de "profesión" y adquiere valor de "vocación". Cuando no se da la conjunción entre disposición interior, preparación profe­sional y lugar de trabajo apropiado, no es de extrañar que existan desajustes en la persona que, consciente o incons­cientemente, afloran en el rendimiento, en la cualidad del trabajo y, sobre todo, en las relaciones interpersonales.

 

 

31   Como hipótesis, los Hermanos de la Orden viven su trabajo     como respuesta, en el servicio, a la vocación del Señor. Como punto de partida, hemos de suponer que los Colabo­radores viven también el trabajo, el voluntariado o la obra de benefi­cencia, como respuesta a una llamada interior. En unos y otros supone­mos la capacitación suficiente. De esta manera, sentamos los requisitos necesarios para vivir unas relaciones interper­so­nales a nivel de lo que "somos".

 

 

 

Cualidades y valores de las personas

que sirven a los enfermos y necesitados

 

 

32   El servicio a los enfermos y necesitados tiene una base   humana que lo apoya y dignifica. Como hemos visto, la persona es un ser "abierto" a los demás. Según esto, los Hermanos y Colaboradores poseen unas cualidades, inscritas en su ser personal, que apoyan y favorecen las relaciones inter­personales gratificantes y enriquecedoras a nivel profundo.

 

     Entre estas cualidades, podemos señalar:

 

     -  actitud positiva frente al otro: cree en él, lo acepta en su realidad personal sin juzgarlo;

     - bondad;

     -  compasión (la entendemos en su significado etimológi­co: capacidad de padecer-con);

     - actitudes de fidelidad y comprensión;

     - capacidad de empatía;

     - actitud de acogida;

     - misericordia;

     - disponibilidad;

     - sencillez;

     - actitud de servicio;

     - capacidad de abnegación;

     - generosidad;

     - actitudes de diálogo y escucha, etc.

 

 

     Naturalmente, cada persona posee estas cualidades y, sin duda, otras que se podrían añadir a la lista, en diferente grado. En unas sobresalen particularmente ciertas actitudes y gestos que, en cierto sentido, las definen y las hacen dife­rentes de los demás.

 

 

33   Puede que debido a la educación recibida, la persona no se    detenga a valorar las cualidades de que está adornada. Se dan por supuestas, como lo más natural: están y ¿para qué más?. Sin embargo, es importantísimo ser conscientes de ellas y valorarlas con sencillez, pues de esta manera es más fácil vivir y manifes­tarse a partir de lo que "somos" en lo mejor de nosotros.

 

 

     Cuando uno se habitúa a vivir conscientemente las propias cualidades, se hace también más sensible y es capaz de descu­brir en los demás los dones que poseen.

 

 

34   Quién más, quién menos, desea e intenta vivir niveles de relación que superen las simples formalidades. El único camino para conseguirlo es conocer, apreciar-valorar y aceptar a los otros en lo que son y por lo que son. Conocer al otro en sus cualidades es el mejor modo de sentirse atraído por él, para descubrir sus riquezas de ser y, en definitiva, para sentirlo "valioso" y abrirle las puertas de la propia vida.

 

 

35   Si nos fijamos en la lista de cualidades que está llamada     a vivir y manifestar la persona que sirve a los enfermos y necesitados, se constata que la mayor parte de los Hermanos y Colaboradores las viven con espontaneidad en el servicio a los enfermos y necesitados. Es decir, todos las poseen. No son privilegio de unos pocos, ni se requiere ir a la Universidad para conseguirlas, pues no son actitudes que se aprenden, sino valores con que el Creador nos ha enriquecido, para que poda­mos reflejar­lo en la vida, consciente o inconscientemen­te.

 

 

36   Si se aprecian en su justo sentido las cualidades que     adornan a cuantos se dedican a servir a los demás, se descubre un nivel de igualdad a nivel de "ser"que, sin duda, abre unos horizontes amplísimos a las relaciones inter­persona­les.

 

 

     Si uno descubre que es bondad, comprensión, fidelidad, respeto, etc., etc., cae en la cuenta que puede y debe ser comprensivo, fiel, y todo lo demás, no sólo con unas personas, sino con todas las personas.

 

 

     Es importante subrayar que quienes conviven gran parte de la jornada un día tras otro, están llamados a relacionarse entre ellos a partir de las cualidades que los identifican. Si esto se da, es mucho más fácil superar las tendencias a dejar­se influir por las reacciones negativas o por formas de egoís­mo, resultado de la limitación personal a que todos estamos suje­tos, más que a la mala voluntad.

 

 

37   Entonces es posible conseguir niveles auténticamente      humanos de comunicación y lograr lo que desde hace años se llama "humanización" de la asistencia. Es más: sólo si se "humani­zan" las relaciones entre Hermanos y Colaboradores, es posible la humanización de la asistencia.

 

 

     A partir de esto, surge la posibilidad de hablar y conse­guir la "alianza" entre Hermanos y Colaboradores. La "alian­za" será el fruto que sella un proceso de relación inter­personal, durante el cual se ha conseguido conocerse y valo­rarse mutua­mente. Se abre,entonces, un período nuevo que se orienta a la realización-en-comunión de un proyecto de vida en común, cuyo objetivo es comunicar, promover y servir la vida de quie­nes, por diferentes causas -enfermedad, pobreza, margi­nación social-, se encuentran en situaciones que no les permi­ten existir plenamente como personas.

 

 

38   Es esencial volver a recordar el objetivo común de servir     para promover la vida de los demás, a la luz de las cualidades que enriquecen a los Hermanos y a los Colaborado­res. Desde esta óptica, el Colaborador, Trabajador, Voluntario o Bienhechor, tiene derecho a expresar en su trabajo o median­te otros modos de solidaridad, la capacidad de amar y servir al prójimo. Asimismo, mediante su trabajo, el Hermano está manifes­tando un nivel importante de la pobreza evangélica, del sentido de fraternidad y, sobre todo, el don de la hospitali­dad que ha recibido como vocación personal[20].

 

 

 

39   Si Hermanos y Colaboradores son capaces de situarse al nivel de relación que surge de la mutua aceptación en positi­vo y del fin común de servir a los enfermos y necesita­dos, para ayudarles a conseguir niveles mejores de vida, seguramen­te, el enfermo y el necesi­tado serán el centro, el sujeto cen­tral, el más importante del Centro.

 

 

     Desde esta perspectiva, se pueden descubrir motivaciones que impulsen a unos y otros a trabajar, con decisión y cons­tancia, en la superación de las barreras que se han interpues­to, o que se han creado inconscientemente, y establecer un diálogo en el que todos hablarían el mismo lenguaje. Entonces será fácil comprenderse y valorarse, porque se ha conseguido el requisito esencial para el diálogo: descubrirse y aceptarse ocupando el mismo plano: la mutua capacidad y decisión de servir a los otros, para ayudarles a vivir mejor como perso­nas.

 

 

40   Naturalmente, para alimentar y desarrollar las cualidades      personales que facilitan el servicio a los enfermos y necesitados y promover los niveles de diálogo entre quienes comparten la tarea del servicio, no bastan las relaciones de trabajo. Es necesario que existan otros ámbitos de relación que, naturalmente, debe facilitar, e incluso promover, la Direc­ción del Centro. Por ejemplo:

 

     - Seminarios, cursillos, encuentros de formación humana, entendiendo por tal la que se orienta a estimular el auto­conociento y a ahondar en temas relacionados con la vida de la persona, la sociedad, etc.,  pues no es sufi­ciente promover y facilitar sólo la formación técnico-profesional.

 

     - Crear y fomentar círculos de estudio y reflexión, en los que se reúnen Hermanos y Colaboradores para compartir conocimientos y experiencias.

 

     - Favorecer la organización de grupos de interés, con obje­tivos múltiples, en los que Hermanos y Colaboradores puedan compartir momentos de ocio.

 

 

 

 


Relaciones a partir de las motivaciones

 

 

41   El nivel anterior ha permitido tomar conciencia  y valo­rar      aspectos comunes de las personas que se dedican al servi­cio del prójimo. Ahora nos fijamos en la originalidad de cada persona: por mucho que nos esforcemos, no encontraremos dos personas del todo iguales. Todos poseemos las notas que dan lugar al fenómeno persona humana; sin embargo, cada indi­viduo posee esas notas de manera original e irrepetible.

 

     Haber aceptado que Hermanos y Colaboradores poseen cuali­dades y valores comunes, ayuda a asumir que cada persona está llamada a vivirlos de acuerdo con su identidad.

 

 

     El servicio al prójimo es el lazo de unión entre el Hermano de San Juan de Dios y los Colaboradores.

 

 

42   Cada persona puede realizar el servicio a partir de las   motivaciones que dan sentido a su vida. Se puede servir al prójimo:

 

     - por filantropía;

     - por una causa de tipo sociológico o político;

     - por solidaridad humana;

     - a partir de motivaciones religiosas, que pueden animar a todo creyente;

     - como respuesta a una vocación de consagración especial en la Iglesia;

     - por realización personal:

     - para conseguir recursos para vivir, mediante el trabajo;

     - etc.

 

 

43   A este nivel aparecen las diferencias entre quienes se    reúnen para servir al prójimo. Pero se trata de diferen­cias que brotan de la originalidad de cada persona, que todos estamos llamados a aceptar y respetar. Si se llega a compren­der y reconocer las implicaciones de las diferencias que surgen como fruto de la opción personal, en respuesta a las motivaciones que dan sentido a su vida, no existe ningún peligro de enfrentamiento entre los Hermanos y los Colaborado­res, ni de éstos entre sí. Al contrario: repetiremos esa especie de "milagro" que supo realizar Juan de Dios en su vida: hermanar a todos los hombres; situarlos a todos en el lugar más noble que corresponde a cada uno y experimentar que son "valiosos" por el simple hecho de ser personas, sean ricos o pobres, nobles o plebeyos, sanos o enfermos.

 

 

44   Para vivir una relación positiva, aceptando las diferen­cias   que se manifiestan a partir de la ideología, creen­cia, etc., es necesario que la persona que decide expresar su capacidad de servicio en un Centro de la Orden, sea también capaz de aceptar que, lo mismo que ella, otras han optado libremente, animadas por motivaciones dife­rentes a las suyas, pero no menos significativas y dignas de aprecio.

 

 

     De este modo, se supera la tentación de establecer "cate­gorías" de presencia, según los colores políticos o formas de creencia o increencia y, lo que es más importante, se acepta­rán como aspectos que enriquecen la mutua relación.

 

 

     La Orden -por su parte- acepta, respeta y valora cual­quier opción personal al respecto. En esta misma línea, tiene dere­cho, y justamente espera de todos, a que los principios esen­ciales que animan la expresión del carisma de la hospita­lidad, sean aceptados y, en la práctica, animen a los Colabo­radores.

 

 

 

Algunas dificultades prácticas

 

 

     A. La propiedad de los Centros

 

 

 

45   La Orden gestiona gran parte de los Centros como propie­taria de los mismos. Esto comporta algunas ventajas e inconve­nientes, a la hora de la práctica.

 

     Las ventajas que se pueden recordar, principalmente, se relacionan con la posibilidad de inspirar la gestión y direc­ción en los principios que animan la misión de la Orden, en pro de una asistencia integral, que valora y respeta los derechos esenciales de la persona.

 

 

     Un aspecto importante a valorar, sobre todo en los países más avanzados, en los que predomina la asistencia socializada, se deriva de una tendencia sutil de las leyes sanitarias, que privilegian la asistencia de las personas que pueden ser útiles para la producción de bienes de consumo, mientras se constata. en la práctica, la marginación, o una asistencia menos digna, de los enfermos mentales, pacientes crónicos, terminales y ancianos.

 

 

46   La Orden, apoyada en la propiedad de los Cen­tros, puede   manifestar que su labor apostólico-asisten­cial privile­gia, precisamente, a los grupos menos favoreci­dos, por el ambiente tecnificado y consumista.[21]

 

 

47   Los inconvenientes y dificultades que comporta la propie­dad, se refieren a dos aspectos principales:

 

     - Testimonio de pobreza evangélica;

 

     - Problemas derivados de la gestión.

 

     Analizamos brevemente cada uno de los puntos.

 

48   Pablo VI, en la Exhortación Apostólica Evangelica Testi­   ficatio, invitó a los religiosos a vivir la pobreza evangélica y testimoniarla en formas externas[22]. La propie­dad de los Centros, mirada con criterios humanos, sitúa a la Orden como una organización de grandes recursos económicos. Es una realidad que no se puede ignorar y en muchos, incluidos Herma­nos, ha despertado cuestionamientos acerca del testimonio de pobreza.

 

 

     No se trata de buscar justificaciones, ni de defenderse ante las incomprensiones que pueden surgir, y surgen de hecho, sino de profundizar en los criterios evangélicos que deben orientar el testimonio de pobreza de la Orden.

 

 

     Lo primero que se impone es tener claro el fin de los Centros, que no es preciso repetir. Cuando las Constituciones se refieren al modo concreto de vivir los Hermanos la pobreza evangélica, subrayan las actitudes de servicio y trabajo, y el cumplimiento de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.[23]

 

49   La dificultad del testi­monio de pobreza no está tanto en      la      posesión de los Centros como en el modo de "situarse" el Hermano y la Comuni­dad en ellos. Es claro que, si lo hacen como quien sirve, seguramente que se ofrecerá un precioso testimonio de las exigencias más radicales de la pobreza evangélica que, recor­démoslo, aunque se refiere también a la pobreza económica, ésta resultaría paradójica si no está acompañada de las acti­tudes de renuncia a "la seductora segu­ridad del poseer, del saber y del po­der"[24].

 

 

50   La gestión de obras hospitalarias y de asistencia social,     que responda a las exigencias actuales de la sociedad y al "espíritu" que ha animado a la Orden, desde San Juan de Dios, supone un potencial económico que garantice el funciona­miento adecuado y los salarios justos de los trabajadores.

 

     Las dificultades que de ésto se derivan, han tentado a más de uno a orientarse por obras más sencillas, a nuestro alcance. Dentro del plura­lismo de opciones para expresar el carisma de la Orden, indu­dablemente, tienen su lugar las obras sencillas. Lo que se debe hacer, al situarse ante el hecho de los problemas económicos que comporta la gestión de los Cen­tros, es aplicar los criterios de discernimiento que indican las Constituciones:

 

     "A fin de que nuestro apostolado hospitalario vaya de acuerdo con los valores del Reino, permanecemos atentos a los signos de los tiempos, interpretándolos siempre a la luz del Evangelio"[25].

 

 

     Por tanto, las objeciones que podrían derivarse de los problemas económicos, por sí solos, no justificarían el aban­donar los Centros propios.

 

     Así, pues, se impone afrontar el reto que se sigue de la opción de adecuar el espíritu de la Orden a las realidades, necesidades y exigencias de la asistencia socio-sanitaria que, en definitiva, implica organizar y gestionar los Centros con criterios empresariales.

 

 

51   El hecho de aceptar esta realidad, no cambia en nada la   finalidad primordial de la Orden: mostrar el amor de Dios a los hombres, a través de una asistencia integral. Al contra­rio, la nueva organización pretende conseguir niveles cada vez más altos de humanización y eficiencia.

 

     Del carácter confesional de los Centros de la Orden, a que nos referimos en otro punto, se sigue que, a nivel de empresa, se oriente a partir de un Ideario propio, que se inspira en la Doctrinal Social de la Iglesia, a la hora de administrar sus obras con criterios empresaria­les de eficien­cia y eficacia, adaptándose a las exigencias de los tiempos.

 

 

52   La Orden, al situarse ante la sociedad como empresa de    carácter confesional católico, asume la responsabilidad de contribuir a la transformación de las estructuras y compor­ta­mien­tos empresariales, luchando por el mantenimiento y poten­ciación de una "cultura empresarial" basada en sus Prin­cipios Ideológi­cos.

 

 

     A partir del Ideario Católico de sus Centros, la Orden tiene como punto de referencia en la organización de los Centros el Magisterio de la Iglesia, en cuanto éste es la interpreta­ción actualizada del mensaje evangélico.

 

     A nivel de organización de los Centros, se propone cum­plir los siguientes fines:

 

     - prestar los servicios necesarios a los enfermos y necesi­tados;

     - posibilitar el desarrollo integral de las personas;

     - generar recursos económicos;

     - conseguir la continuidad de sus obras a través del tiem­po, para garantizar así la misión evangelizadora que le ha confiado la Iglesia en el mundo de la Salud.

    

 

53   Aunque el origen de la Orden es de carácter carismático, en   cuanto organización es una obra humana, compuesta por personas y fruto del esfuerzo de las mismas: la persona es el elemento fundamental de toda empresa.[26]

 

     Por lo cual, la Orden se propone conseguir una relación entre la Organización y los trabajadores que satisfaga las necesidades y derechos de ambas partes. De tal forma, que la Gestión de Recursos Humanos, por parte de los órganos directi­vos, deben estar orientadas a motivar, atraer, promover, seleccionar e integrar a los trabajadores, de forma coherente con sus necesidades y los fines de la Orden, siempre con criterios de justicia social.

 

     Evidentemente, tal gestión está condicionada por factores situacionales y por grupos de intereses. Los resultados afec­tan a la competencia de los trabajadores, a su mayor o menor compromiso con la empresa y lo que ésta representa y, conse­cuen­temente, a la integración de los mismos. También afecta a la congruencia o armonización de los objetivos de la empresa y de los trabajadores y al coste en relación a la eficacia.

 

     La Gestión de Recursos Humanos exige, actualmente, un nivel adecuado de competencia profesional de los Cuadros Directivos, la estructura coherente para la toma de decisiones a nivel de la Dirección y la incorporación de técnicas cientí­ficas al proceso de toma de decisiones.

 

 

54   La Orden concede especial significación a la valoración y      formación del personal, para que se dé la interacción entre las aptitudes, inclinaciones y necesidades de los traba­jadores y la cantidad y calidad de servicios y satisfacciones por ambas partes. El resultado puede ser la motivación o, por el contrario, el distanciamiento.

 

 

     Para incentivar la valoración del personal, los Cuadros Directivos promoverán programas de formación a todos los niveles. En consecuencia, incluirán los presupuestos un capí­tulo dedicado a la formación.

 

55   La Dirección de los Centros debe ser consecuente con el   crite­rio de que la Gestión de Recursos Humanos va más allá de la selec­ción, contratación y retribución del personal: afecta, fundamen­talmente, a las condiciones básicas del traba­jo (pres­tación laboral, tiempo de trabajo y prestaciones empresaria­les) y a otras cuestiones, tales como:

 

     - la motivación en el trabajo y en el rendimiento,

     - importancia e influencia de los grupos humanos en las organizaciones,

     - la comunicación interpersonal: ascendente, descendente y horizontal;

     - la autoridad, el estilo de mando y el liderazgo;

     - el trabajo en equipo: sus bases y cómo desarrollarlo;

     - etc.

 

     Se trata de cuestiones que deben ser tenidas en cuenta a la hora de estimular y vivir las relaciones entre los Hermanos y Trabajadores de los Centros. Por lo cual, la Orden se propo­ne promover y mejorar las condiciones adecuadas, para que el Trabajador esté motivado más allá del compromiso laboral, en búsqueda del compromiso, la integración y la comunión con la Orden y su Ideario, para conseguir una asistencia que sirva y promueva niveles de vida cada vez más dignos, a las personas a quienes todos nos dedicamos.

 

     En caso de conflicto, la Orden, en fidelidad a su voca­ción de servicio a los enfermos y necesitados, defenderá los dere­chos que a éstos corresponden[27], si bien actuará siempre con sereni­dad y equilibrio, a fin de no deteriorar, aunque sea puntualmen­te, la relación con los Colaboradores.


                      CAPITULO SEGUNDO

 

 

 

       Hermanos y laicos, en comunión con la Iglesia,

             comprometidos en la evangelización

 

 

 

Introducción

 

56   En el capítulo anterior hemos visto las relaciones que están      llamados a vivir Hermanos y Colaboradores a partir de cuanto es común a unos y otros desde su dimensión humana y que, por tanto, están llamdos a compartir en el servicio a los enfermos y necesitados.

 

     Ahora entramos en la dimensión de la fe, desde la cual los Hermanos se han sentido interpelados a consagrarse al Señor, al estilo de Juan de Dios. En esta dimensión se encuen­tran unidos con los Colaboradores que, animados por su fe, quieren ser testigos de Jesús de Nazaret.

 

     La fe es un don y una respuesta. No es sólo fruto del esfuerzo humano. La Orden, en consecuencia, respeta otras posturas de estar en la historia, pero considera oportuno iluminar esta realidad, porque constituye un campo no agotado en sus obras.

 

 

     La primera parte del capítulo se basa en la doctrina de la Iglesia sobre los fieles laicos, en especial en el último documento del Magisterio a este respecto. La segunda presenta la identidad de los Hermanos, llamados a vivir en comunidad desde la consagración, fundamentada en las Constituciones de la Orden y en la literatura del Hno. Pierluigi Marchesi, ex-general.

 

 

     La utopía a la que se pretende llegar es la de conseguir una Iglesia doméstica, constituída por cuantos, animados por la fe, siguen a Cristo y viven su vocación de promover y servir la vida, en los Centros de la Orden.

 

 

     El Concilio Vaticano II llama "Iglesia doméstica" a la familia; Pablo VI usa el mismo término y la considera célula evangelizadora.[28]

 

 

     La Orden se siente llamada a formar la Iglesia doméstica con todos los Colaboradores creyentes que trabajan en sus Centros. Esto no impide, en absoluto, la decisión de consti­tuir la Familia Hospitalaria, la Comunidad terapéutica, con cuantos de una forma u otra están vinculados a ella, en espe­cial con los Trabajadores, para ejercer su labor apostólica.

 

 

 

Identidad y misión de los laicos en la Iglesia

 

 

57   La Exhortación Apostólica Cristifideles laici, del Papa Juan Pablo II, fruto de las refle­xio­nes y conclu­siones del Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma del 1 al 30 de no­viembre de 1987, nos va a ayudar a ahondar en las raíces de la identidad y vocación de quienes confesamos la fe en Cristo.

 

 

     El Papa, a lo largo de la Exhortación, analiza la parábola de los obreros enviados a trabajar en la viña (Mt 20, 1-7) y la alegoría de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8), para evidenciar que cuantos hemos sido bautizados en Cristo hemos sido injertados en El y, como El, recibimos la misión de anunciar y hacer presente la salvación de Dios en favor de los Hombres.

 

 

 

 

Dignidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misterio

 

 

58   El don del Espíritu, recibido en el Bautismo, comunica a todos los creyentes en Cristo una dignidad original,  que, indele­blemente, configura su identidad personal: forman parte de la humanidad nueva, sellada por la presencia del Espíritu, que los hace hijos en el Hijo y miembros vivos del Cuerpo de Cristo;  los "consagra", como a El, para conti­nuar su misión, quedando así "integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la participa­ción que a ellos correspon­de"[29].

    

 

     Esta participación se enraíza en el ser -es a este nivel donde el Espíritu establece la igualdad-; no se trata de simple participación en el actuar, como indica Vaticano II.[30].


Carácter "secular" de la vocación del fiel laico

 

 

59   Característica propia de la vocación de los fieles lai­cos,    es hacer presente en el mundo la dimensión secular de la Iglesia, como respuesta a la vocación peculiar de Dios:  "el ser y el actuar en el mundo son para ellos no sólo una reali­dad antropoló­gica y sociológica, sino también, y especí­fica­mente, una realidad teológica y eclesial"... Pues "la común dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa... Esta modalidad es la índole secular"[31].

 

 

Llamados a la santidad

 

 

60   La invitación a ser "santos en toda vuestra conducta" (1 Pe   1, 15), forma parte de la "vocación" de todo cris­tiano a configurarse con Cristo: hunde sus raíces en el Bautismo y se renueva en la celebración de los demás sacramentos.

 

 

     El fiel laico está llamado a vivir la santidad en la vida ordinaria, en medio de las tareas y ocupaciones cotidianas, en las que puede ofrecer el sacrificio de su existencia (Cfr. Rom 12, 1) en la realización de la voluntad de Dios, y en la colaboración y servicio a los demás[32].

 

 

 

 

Participación de los fieles laicos

en la vida de la Iglesia-Comunión

 

 

61   El Espíritu que recibimos en el Bautismo, al comunicarnos     la vida del Hijo, nos introduce, de alguna manera, en el "seno" de la Trinidad y nos hace partícipes de su Vida-en-comunión. Es un modo de existir en la Vida Trinitaria, que crea en los bautizados unos lazos de comunión, cuya fuente es el Espíritu de Jesús.

 

     Seguramente, la expresión que mejor define a la Iglesia es la comunión: comunión con el Dios Uno y Trino; comunión con Cristo, Cabeza de la Iglesia; comunión con todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, desde el Papa al último fiel; comunión que se nos concede como don y que, al mismo tiempo, es una conquista.

 

 

     Según Jesús, la vida en comunión tiene un sentido mucho más profundo que el simple continuar la obra creadora del Padre: es la condición para que se "cumpla" su Salvación: para que los hombres crean en ella y la acepten.

 

 

     Sin la comunión, la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Jesús; sin la comunión, el creyente viviría desencajado de la vid, Cristo, y su existencia sería estéril (Cfr. Jn 15, 6).

 

 

     Por eso, el don de la unidad en la comunión exige al cre­yente la respuesta personal, para superar en sí mismo la tendencia al individualismo y colaborar con los otros fieles para vencer la tentación de los personalismos disgre­gantes.

 

 

62   Los fieles laicos, al participar en la comunión, están    llamados a crear comunión y a enriquecer la Iglesia, participando en su vida y misión, viviendo y manifestando los dones recibidos, en el ambiente donde el Espíritu los ha situado. Al mismo tiempo, se sentirán animados por el Espíritu a apreciar los dones concedidos a quienes han sido enriqueci­dos con vocaciones y funciones diferentes, según el criterio de San Pablo. (Cfr. 1 Cor 12, 12.4-6)

 

 

 

Corresponsabilidad de los fieles laicos

en la Iglesia-Misión

 

 

63   La respuesta espontánea a la experiencia de comunión en la    Iglesia es el compromiso personal en la evange­liza­ción. Los fieles laicos, como respuesta a su vocación pecu­liar, están comprometidos a vivir su inserción en las realida­des temporales con espíritu evangelizador: a vivir y anunciar el Evangelio sirviendo a la persona y a la sociedad, en medio de sus ocupacio­nes habituales.

 

     El fiel laico, al sentirse inmerso en un ambiente, pro­gresi­vamente secularizado, se encuentra en una situación de privilegio para ser levadura, sal y luz (Cfr. Mt 13, 33; 5, 13-16): con su vida, centrada en Cristo, puede y debe ser testigo de un estilo de vivir que sabe relacionarse con las personas y usar de los bienes, respetando su propia autonomía y superando la tendencia al dominio sobre los demás, a la posesión indiscriminada, al hedonismo y a la explotación de los otros.

 

 

64   El Papa, en la Exhortación Apostólica, le asigna unas tareas      fundamentales, que debe realizar en su cotidia­no vivir y quehacer:

 

     - Promover la dignidad de la persona, asumiéndola como la "tarea esencial; es más, en cierto sentido es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, están llamados a prestar a la familia humana"[33];

 

     - Amar, promover y servir la vida, como un derecho inviola­ble de la persona, que debe respetarse desde las primeras fases hasta su término natural. Tarea que, si bien compe­te a todos, "algunos fieles laicos son llamados a ella por un motivo particular. Se trata de los padres, los educadores, los que trabajan en el campo de la medicina y de la sa­lud... A estos "que más directamente o por voca­ción o por profesión están implicados en acoger la vida", corresponde de manera especial "el hacer concreto y efi­caz el «sí» de la Iglesia a la vida humana"[34];

 

     - Expresar y promover la dimensión religiosa del hombre, como "elemento constitutivo del mismo ser y existir del hom­bre"[35] y, en consecuencia, la libertad de conciencia y la religiosa;

 

     - Ser testigos y agentes de solidaridad: primero a través de un estilo de vida sencillo y, más en concreto,  me­diante la caridad con el prójimo, con la cual "los fieles laicos viven y manifiestan su participación en la realeza de Jesucristo... que «no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10, 45)... porque la caridad es el más alto don que el Espíritu ofrece para la edificación de la Iglesia (Cfr. 1 Cor 13, 13) y para el bien de la humani­dad"[36];

 

     - A situar el hombre como centro de la vida económico-so­cial, a cuyo servicio se orientan los medios de produc­ción, la propiedad privada y todo lo creado[37].

 

 

Ambitos de actuación

 

 

65   El mandato de Jesús a los Apóstoles, "Id al mundo entero pregonando la Buena Noticia a toda la humanidad" (Mc 16, 15), señala el ámbito de la evangelización. Los fieles laicos, según su peculiar vocación, que se desarrolla en medio de las realidades temporales, tienen la responsabilidad de evangeli­zar los ámbitos ordinarios de su vida, sin excluir ninguna de las realidades intramundanas en las que la persona vive. Entre éstas, el Papa indica específicamente: la familia, la políti­ca, el trabajo, en mundo de la cultura y los intrumentos de comunicación social.

 

 

 

Variedad y complementariedad de las vocaciones

 

66   El Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, se hace pre­sente en cada persona según su propia individualidad. Esta presencia del Espíritu marca la vocación personal, ligada a las cualidades, sexo y edad de cada uno, enriqueciendo a la Iglesia con una variedad amplísima, que hace más viva y con­creta la riqueza de la Iglesia. Como indica el Papa: "En la Iglesia-Comunión los estados de vida están de tal modo rela­ciona­dos entre sí que están ordenados el uno al otro. Cierta­mente es común -mejor dicho único- su profundo significado: el de ser modalidad según la cual se vive la igual dignidad cristiana y la universal vocación a la santidad en la perfec­ción del amor. Son modalidades a la vez diversas y complemen­ta­rias"[38].

 

 

67   Cada cristiano, según su peculiar vocación, debe contri­buir   a la vida y a la misión de la Iglesia, poniendo al servicio de la misma, y de la sociedad, los dones recibidos. El Papa hace una llamada expresa a los niños, jóvenes, ancia­nos, mujeres y hombres a que, cada sector desde las caracte­rísticas propias de edad y sexo, colaboren activa y responsa­blemente en la tarea de evangelizar la sociedad[39].

 

     La Exhortación Apostólica se dirige, asimismo, a un sector de la sociedad tan valorado y amado por nosotros: los enfermos y los que sufren. Citamos algunas de las ideas prin­cipales:

 

     - Los enfermos y los que sufren, a quienes los Padres Con­ciliares, en su Mensaje, declaran: "Sabed que no estáis solos, ni separados, ni inútiles: sois los llamados por Cristo su viva y transparente imagen. En su nombre, el Concilio os saluda con amor, os da las gracias, os asegu­ra la amistad y la asistencia de la Iglesia"[40], de quie-nes dijo tan bellamente el Hno. Marchesi "ellos son mi univer­sidad", son propuestos por el Papa, no sólo como presencia viva de Jesús a quienes la Iglesia dedica un amor preferen­cial, sino como agentes insustituibles de evangelización: en ellos y por ellos, Cristo continúa redimiendo y salvando a la humanidad; en ellos y por ellos se presenta al Padre; son imágenes vivas de amor salvador, paciente y oblativo en medio de los sufrimien­tos, testigos de que el sufrimiento humano es un acciden­te de la vida que, lejos de restarle sentido, la impulsa a descubrir en ella horizontes inéditos de realización y de santificación personal. "Como ha manifestado un minus­válido en su intervención en el aula sinodal, «es de gran importancia aclarar el hecho de que los cristianos que viven situaciones de enfermedad, no están invitados por Dios solamente a unir su dolor a la Pasión de Cristo, sino también a acoger en sí mismos y a transmitir a los demás la fuerza de la renovación y la alegría de Cristo resucitado (Cfr 2 Cor 4, 10-11; 1 Pe 4, 13; Rom 8, 18ss)»"[41].

 

 

68   La Orden, al compartir con los Colaboradores que se sienten   y viven su condición de miembros vivos de Cristo, la preciosa misión de evangelizar a los enfermos y necesita­dos, urge a cada uno a renovar su compromiso bautismal y lo anima a que lo manifieste con gozo y sencillez, ante todo en el seno de su propia familia, para ser en ella animador de un estilo de vivir la solidaridad y caridad cristianas. Asi­mismo, los anima a unir toda la riqueza de su fe y profe­sionalidad a los dones que la Orden ha recibido y mani­fiesta mediante los Hermanos, para potenciar unidos la capaci­dad evangelizadora, precisamente, en los Centros que, en nombre de la Iglesia, dirige la Orden, a fin de que los asis­tidos en ellos puedan descubrir y experimentar el amor que Dios les tiene.

 

     Una vez más, afirmamos la necesidad que la Iglesia y la Orden tienen de los fieles laicos, con palabras del Papa:

 

      "A lo largo de los siglos, la comunidad cristiana ha vuelto a copiar la parábola evangélica del buen Samaritano en la inmen­sa multitud de personas enfer­mas y que sufren, reve­lando y comuni­cando el amor de curación y consolación de Jesucristo. Esto ha tenido lugar mediante el testimonio de la vida religiosa consagrada el servicio de los enfermos y me­diante el infatigable esfuerzo de todo el perso­nal sanitario. Además hoy, incluso en los mismos hospitales y nosocomios católicos, se hace cada vez más numerosa, y también quizás exclusiva, la presencia de fieles laicos, hombres y mujeres. Precisamente ellos, médicos, enferme­ros, otros miem­bros del personal sanitario, están llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia en el amor a los enfermos y los que sufren"[42]

 

 

 

 

Lugar y función de la Comunidad en el Centro

 

 

69   La intención de este documento no es tratar exhaustiva­mente   un tema de tanta importancia. Deseamos analizar los puntos que, en gran medida, apoyan y condicionan la relación de los Hermanos con los Colaboradores, con el deseo de comple­tar la doctrina sobre la participación de cuantos formamos la Iglesia en su misión, específicamente en el ámbito de la asistencia a los enfermos y necesitados. Servirá para iluminar el conocimiento mutuo, como primer paso para reforzar la comunión entre Hermanos y Colaboradores. De ahí que esta segunda parte no va dirigida exclusivamente a los fieles laicos que colaboran en los Centros de la Orden: está orienta­da a todos las personas que, por razones diferentes, comparten gran parte de su vida y de su trabajo con nosotros, los Herma­nos. Nos proponemos analizar los siguientes puntos:

 

     - Quiénes somos, para quién y para qué vivimos y actuamos.

 

     - Dimensión comunitaria de nuestra vida.

 

     - Sentido apostólico de la Comunidad y de cada uno de los Hermanos que la integran.

 

 

Quiénes somos, para quién y para qué vivimos y actuamos

 

 

70   Lo primero que se impone, al intentar dar razón de nues­tra    vida, es responder a la pregunta que está a la base de nuestra opción personal: QUIENES SOMOS.

 

 

     Las Constituciones de la Orden permiten formular una defi­nición del Hermano Hospitalario de San Juan de Dios, en estos términos:

 

      Somos creyentes en Cristo que, en comunión con la Igle­sia, hemos sido consagrados por el Espíritu en el Bautismo. El mismo Espíritu nos consagró de nuevo "con un don espe­cial,  para vivir en castidad, pobreza, obedien­cia y hospi­tali­dad"[43].

 

     La "consagración" es, pues, el elemento sustancial de nues­tra vida. Se trata de: "Una consagración particular, que se arraiga en la consa­gración bautismal y la expresa con mayor plenitud"..., para "seguir a Cristo, consagrándoos totalmente a El... en donación total e irreversible"[44]..., que anima a quien la recibe a orientar su vida "al servicio de Dios y a su gloria, por un título nuevo y especial"[45].

 

 

71   La "consagración particular" y el "título nuevo y espe­    cial", en el Hermano de San Juan de Dios se cumplen mediante el carisma de la hospitalidad.[46]

 

     Así pues, la consa­gración en hospitalidad es la diferen­cia esencial entre el Hermano y los Colaborado­res. Dife­rencia que no significa "separación".      La consagración en la Iglesia es un modo de partici­par la vida de Jesús de Nazaret, consa­grado por el Espíritu para anunciar a los pobres la Buena Noticia, curar los corazo­nes desgarrados y liberar a los oprimidos por las fuerzas del mal[47]... El, para cumplir su misión, no sólo no se "separó" de los hombres, sino que se encarnó y vivió como un hombre cual­quiera (Fil 2, 7), comió y bebió con los pobres y pecado­res, experimentó nuestros sufri­mientos y limitaciones. (Cfr. Heb 2, 17-18)

 

 

      Por tanto, la consagración en hospitalidad es parte esen­cial de la identidad del Hermano; elemento constitutivo, en consecuen­cia, de su "originalidad".

 

 

72    La identidad de la persona se manifiesta en su vida y en          sus actos. De nuestra identidad de consagrados "al servi­cio de Dios y a su gloria"[48], se deduce para quién vivimos y ac­tua­mos: toda la existencia del Hermano, cuanto realiza en su vida, mediante la consagración, es elevado a la categoría de culto y alabanza a Dios: "Así, ofreciendo nuestra existencia, como sacrificio vivo y consagrado, nos unimos al culto autén­tico ofrecido por Cristo en la Iglesia y participamos de su oficio sacerdo­tal"[49].

 

     Ahora bien, el Hermano Hospitalario se consagra a Dios para cooperar "a la edificación de la Iglesia, sirviendo a Dios en el hombre que sufre"[50].

 

 

     De ahí que la participación del Hermano de San Juan de Dios en el sacerdocio de Cristo, mediante la consagración en hospi­talidad, se cumple "en el desempeño de nuestra misión hospita­laria"[51].

 

 

73   Quiere decir que la vida del Hermano está orientada a Dios    y a los necesitados. ¿Para qué?. Para "que en nues­tra vida se manifieste el amor especial del Padre para con los más débiles, a quienes tratamos de salvar al estilo de Je­sús"[52].

 

 

     Se podrían recordar varias citas de las Constituciones para confirmar esta afirmación, pero no es necesario. Deduci­mos las consecuencias, resumiendo la respuesta a la cuestión: "¿Quié­nes somos, para quién y para qué vivimos?".

 

 

     El Hermano de San Juan de Dios:

 

     - Es un consagrado en la Iglesia, con el don de la hos­pita­lidad;

 

     - Su vida está orientada al servicio de Dios en los en­fer­mos y necesitados;

 

     - El fin de su entrega a los enfermos y necesitados es anunciar el Reino de Dios: tiene sentido apostólico.

 

 

     Tendremos ocasión de volver sobre esto.

 

 

Dimensión comunitaria de la vida

del Hermano de San Juan de Dios

 

 

74   La vida comunitaria es un elemento insepara­ble de la      consagración y, por tanto, pertenece a la identidad del Herma­no Hospitalario[53] que, en la Orden, tiene tres manifesta­ciones, íntimamente relacionadas entre sí:

 

     - Comunidad de fe y oración;

 

     - Comunidad de vida fraterna;

 

     - Comunidad de servicio apostólico.

 

     No se puede prescindir de ninguna de las tres, si se desea vivir armoniosamente como Hermano Hospitalario.

 

 

75   La vida de fe y oración significa la expresión personal y      comunitaria de la comunión con Dios. Al mismo tiempo, es:

 

     - "el manantial primario de nuestra misión caritativa"[54],

 

     - ámbito en el que celebramos la comunión en la fe, en el carisma y en la misión con los otros Hermanos de la Comu­nidad,y renovamos la fraternidad mediante la participa­ción en los Sacramentos[55];

 

     - contemplación y encuentro con Cristo, en quien descu­bri­mos y aprendemos:

 

      . el sentido de la vida del hombre y del sufrimiento huma­no;

 

      . la dignidad de la persona;

 

      . la predi­lección de Dios por los débiles;

 

      . la fidelidad en el servicio al hombre, para cumplir la voluntad del Padre, entregando la vida para la salva­ción de todos[56].

 

 

 

76   La vida fraterna, según indican las Constituciones, es fruto del carisma, en virtud de cual, el Hermano, con los otros Hermanos de la Comunidad, ha decidido constituir su fami­lia, que no surge de lazos de carne o de sangre, sino de la escucha de la Palabra de Jesús, para vivir con El, cumplir la voluntad del Padre y anunciar el Evange­lio a los pobres y enfermos[57].

 

 

     Sentirse miembro vivo de la Comunidad, es el resultado de una opción de fe en el seguimiento de Jesús, que implica el  serio compromiso personal a colaborar para que la Comunidad manifieste la unión de corazo­nes y a crear y mante­ner un ambien­te que facilite y promueva la realización y la felicidad de los Hermanos que la integran[58].

 

 

77   La vida fraterna, además, "es signo de la presencia del   Señor"[59] y la prueba más clara de que somos discípulos de Jesús[60]. Esto urge a los Hermanos a vivir con transparen­cia el sentido de perte­nencia a la misma, y la comunión con los Hermanos, para pre­sentar ante los enfermos y Colaboradores un testimonio claro de unidad, que respeta y valora "la diver­si­dad de dones con que el Espí­ritu Santo enriquece a cada Herma­no"[61], para que se cumpla el ánsia de Jesús: "Que sean todos uno... para que el mundo crea que Tú me en­viaste"[62].

 

 

 

 

Sentido apostólico de la Comunidad

y de los Hermanos que la integran

 

 

78   El objetivo de nuestra Comunidad Hospitalaria no es exclusiva­mente facilitar el encuentro con Dios en la oración, ni mucho menos, suplir las relaciones familiares. Con ser tan importan­tes los dos aspectos anteriores, si hemos sido invita­dos a vivir como hermanos con el Señor, es con el fin de anunciar el Evangelio a los pobres y necesitados.[63]

 

 

     El sentido apostólico de la Comunidad y de cada uno de los Hermanos que la integran, es obvio, si nos atenemos a las Constituciones de la Orden, por lo que no vale la pena insis­tir en este punto. Sí es bueno recordarlo, porque de él depen­de, en gran parte, el sentido de la presencia de la Comunidad en el Centro.

 

 

Comunidad de comunión

 

 

79   Cuanto precede, permite deducir que la Comunidad Hospita­  laria debe ser una Comunidad "abierta", signo de comu­nión y fraternidad, capaz de suscitar comunión y de crear lazos de fraternidad entre los hombres.

 

     Lo dijo muy bien Fr. Brian O'Donnell, actual General de la Orden, en la clausura del Capítulo General de 1988: "Noso­tros, como Hermanos, somos llamados a ser un signo de unión en la Iglesia..., en la que todos somos llamados a un ministerio, somos un ejemplo de energía espiritual y de vitalidad apostó­lica. Nosotros, como Hermanos,... ofrecemos a la vida y misión de la Iglesia una dimensión especial de unidad y hermandad. El pueblo nos conoce como «Hermanos» y nuestra profesión es «hermanarlos». Para nosotros el título «Hermanos» es un pre­cioso don para el pueblo de Dios. Pero es mucho más importante el verbo «hermanar», porque nuestra vocación es: hermanar al en­fermo, al pobre, al más débil, al más necesitado"[64].

 

 

 

Sentido de la presencia de la Comunidad en el Centro

 

 

80   Ahora ya es posible deducir cuál es el sentido y la fun­       ción      de la Comunidad y de los Hermanos en el Centro.

 

     Necesitamos tener en cuenta lo dicho acerca del carácter confesional de los Centros y, más concretamente, de cómo esto no significa que la Orden limite su ámbito de acción, sino que está abierta a colaborar con otros organismos. Esto supuesto, dada la identidad y el sentido comunitario de la vida del Hermano Hospitalario, su presencia en un Centro de la Orden, se podría expresar en estos términos:

 

     La Comunidad de Hermanos de San Juan de Dios, presente en un Centro asistencial, está llamada a "anunciar y hacer presente el Reino entre los pobres y enfermos"... para que"se manifies­te el amor especial del Padre para con los más débiles"..., y así mantener "viva en el tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de Nazaret"[65]..., en­car­nando sus mismos sentimientos y manifestándolos con gestos de misericor­dia[66], siguiendo el espíritu y ejemplo de San Juan de Dios que, "impulsado por el Espíritu Santo y trans­formado interior­mente por el amor misericordioso del Padre, vivió en perfecta unidad el amor a Dios y al próji­mo. Se dedicó por entero a la salvación de sus her­manos e imitó fielmente al Salvador en sus actitudes y gestos de miseri­cordia"[67].

 

 

81   Según esto, la presencia de la Comunidad en el Centro y, en      consecuencia, la de cada Hermano, tiene sentido desde la consa­gración a Dios en el servicio a los enfermos y necesi­ta­dos, para hacer presente el amor misericordioso del Padre y, de este modo, anunciar el Evangelio.

 

 

     Fr. Pierluigi Marchesi subrayó repetidamente, durante los años que fue General de la Orden, el nuevo estilo de presencia de los Hermanos entre los enfermos. Los documentos sobre La Humanización y La Hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios hacia el año 2.000, ponen de relieve las actitudes y formas de ser y estar del Hermano y de la Comunidad junto al enfermo. Se pueden resumir así:

 

     - Ser testigos y guías morales;

 

     - Ser conciencia crítica;

 

     - Ser creativos;

    

     - Ser profetas.

 

 

 

Ser testigos y guías morales

 

 

82   La consagración a Dios en el servicio a los enfermos y    necesitados, es un don que constituye al Hermano y a la Comu­nidad en "testigos":

 

     - Hombres que tienen experiencia del amor misericordioso del Padre y han decidido consagrar su vida a ser miseri­cordio­sos, para imitar a Jesús de Nazaret al estilo de San Juan de Dios;

 

     - Hombres que han contemplado en el Cristo del Evangelio el Ideal de hombre que Dios creó desde el principio, llamado a vivir la comunión con El y con los demás hombres y, a su luz:

 

      . han descubierto el valor, la dignidad, el sentido y el destino transcendente de la persona humana;

 

      . se han convencido de que Dios llama a la persona a la vida, no a la muerte; desea su felicidad, no el su­fri­miento;

 

      . han descubierto en Cristo el sentido del dolor;       

 

      y, en consecuencia, urgidos por el mismo Espíritu que impulsó a Jesús de Nazaret a curar, liberar a los opri­mi­dos y anunciar a los pobres la Buena Noticia del amor del Padre, haciéndose servidor de todos para salvarlos:

 

      . han decidido imitarlo, entregando la propia vida al servicio de los pobres y enfermos.

 

 

     Es importante subrayar los dos puntos fundamentales:

 

     - ser testigos del amor misericordioso del Padre;

 

     - servir a los enfermos y necesitados.

 

 

     Seguramente, es el mejor resumen que se puede hacer de la misión del Hermano de San Juan de Dios, y el mejor modo de expresar el sentido de su presencia en un Centro Asistencial.

 

 

83   El testimonio de su vida, avala al Hermano en la tarea de     ser "guía moral" para las personas que compar­ten con él el servicio al enfermo.

 

     La misma coherencia de vida es la base para vivir abierto a los Colaboradores y alegrarse de que otras personas se dedi­quen a hacer presente el amor de Dios -incluso sin darse cuenta- y a valorar a los Colabo­radores como compa­ñeros y amigos que, cuando son creyentes, en el servicio a los necesi­ta­dos pueden expresar el sentido apostólico de su vida, como respuesta al don del Bautismo; en todas las demás perso­nas, descubre y aprecia la capacidad de entregar lo mejor de sí en bien de la humanidad que sufre.

 

 

     No sólo: descubrirá en el Colaborador al prójimo, a veces necesitado de comprensión, estímulo, apoyo... Verá en él la persona que goza y sufre las contingencias de la vida y espera encontrar en el trabajo un ámbito de acogida y compren­sión, para alimentar su capacidad de acogida y entrega a los demás.


Ser conciencia crítica

 

 

 

84   Creer en Cristo, es aceptar ser "signo de contra­dic­ción":     ser conciencia crítica. Por vocación, el Hermano ha decidido vivir y promover los valores evangélicos, en general, y sobre todo, los que dicen relación con el servicio, defensa y promoción de la vida humana. Es una opción irrenunciable que, en más de una ocasión, va a exigirle respuestas claras y comprometidas.

 

 

     Los avances de la ciencia y de la técnica han situado al hombre ante la posibilidad de actuar directamente sobre el inicio, crecimiento y término de la vida, de manera hasta hace unos decenios insospechada. Estos avances, que deberían servir siempre para apoyar y promover formas más humanas de vivir, en aras de otros valores o intereses, muchas veces se orientan y emplean de manera que hieren los derechos fundamentales de la persona a nacer, vivir decorosamente y morir con dignidad.

 

 

85   Existimos en una sociedad secularizada, en la que tienen derecho a vivir y expresarse personas de dife­ren­tes creencias, indiferentes a los valores transcendentes y ateas. Es un hecho y hemos de aceptarlo. Como hemos de acep­tar que a nuestros Centros acudan personas que no creen ni viven según los valo­res del Evangelio que nosotros profesamos, y hemos de respetar su conciencia.

 

 

     Ahora, bien, aceptar y respetar los modos de pensar y vivir los demás, no significa que estemos de acuerdo con sus princi­pios y valores, o que los equiparemos, sin más, a los que dan sentido a nuestra vida.

 

 

     El principio de libertad de conciencia apoya nuestras opcio­nes, nos da derecho y nos obliga a ser fieles a los valores esenciales de nuestra vocación, siguiendo el magiste­rio de la Iglesia.

 

 

86   Esto sitúa a la Comunidad, y a cada Hermano, ante un reto     que no deben soslayar: garantizar que en los Centros de la Orden se apliquen unos criterios deontológicos y éticos, acordes con las normas de la Iglesia sobre Bioética.

 

 

     El compromiso es serio y, naturalmente, comporta exigen­cias importantes. Entre ellas, destacamos:

 

     - La Comunidad, sin excluir a ninguno de sus miembros, debe velar, para que la misión del Centro responda a los valo­res de nuestro carisma. Adquiere así una impor­tancia que supera cualquier otra función que haya teni­do en el pasa­do; esta función debe ejercerla, si quiere ser creativa­mente fiel al carisma de la Orden.

 

     - La Comunidad, todos los Hermanos que la integran, tie­nen la responsabilidad de conocer los nuevos plantea­mientos de la Bioética y los valores y riesgos de los avances científicos y técnicos relativos a la vida del hombre, para poder responder adecuada y coherentemente. Es una exigencia muy concreta de formación permanente, que com­promete niveles de la vida de los Hermanos, relacionados directamente con los valores evangélicos.

 

 

 

Ser creativos

 

 

87   La creatividad es una capacidad humana que el Hermano     Hospitalario está llamado a expresar en su entrega a los enfermos y necesitados, para facilitarles cuanto contribuya a su bienestar físico y moral. Juan de Dios fue un verdadero innovador en el "arte" de la asistencia al prójimo; la Orden, a lo largo de su historia, ha influido de muy diversos modos en el progreso de la medicina y del servicio integral al necesitado, porque los Hermanos estuvieron atentos a los nuevos modos de manifestarse las carencias y necesidades de las personas.

 

 

     En los últimos años, la Orden ha sido pionera en promover la humanización de la asistencia, al constatar que el avance científico y técnico, en muchas ocasiones, ponía en peligro el respeto a la persona en su globalidad, o la privaba de la cercanía y el calor humanos, que la apoyaran y alentaran en las situaciones de dolor y/o marginación. Se advertía el peligro de convertir los Centros Asistenciales en ambientes estructuralmente bien dotados, altamente informatizados, en los que el paciente fuera un número o un diagnóstico. Este riesgo no ha disminuido.

 

 

88   El Hermano Hospitalario, la Comunidad, presente en un     Centro, debe ser sensible a la realidad personal del asistido; realidad que engloba a toda su persona y está afec­tada por las circunstancias sociofamiliares, para poder ofre­cerle las respuestas que espera y necesita, aunque no siempre sea capaz de manifestarlas.

 

 

     El Hno. Marchesi, hablando de este tema, dice: "Ser antici­padores, hoy, en nuestras Obras significa saber escuchar al enfermo y actuar en consecuencia.

 

     De la escucha brotarán proyectos de estudio, de investi­gación, de cambio en nuestras viejas e inútiles costum­bres"[68]­.

 

 

Ser profetas

 

 

89   Las tres formas de presencia de que hemos hablado, se     pueden resumir en la exigencia de ser profetas en el Mundo de la Salud. Siguiendo la imagen bíblica, ser profeta signi­fica:

 

     - Ser testigo de la presencia de Dios en medio del pue­blo;

 

     - Ser signo-sacramento de la Salvación de Dios; signo que se realiza en y mediante la propia vida;

 

     - Ser anuncio, con palabras y acciones, del Dios de la Salvación y de la salvación de Dios;

 

     - Ser denuncia, con el testimonio de la vida, con pala­bras y acciones, ante formas de vivir que lesionen los "dere­chos" de Dios que, en los Profetas, coinciden con los "derechos" de los pobres.

 

 

     Si la Comunidad, y cada Hermano que la integran, llegan a "encarnar" y expresar el sentido profético de su vocación y misión en la Iglesia, indudablemente:

 

     - Serán presencia del amor misericordioso del Padre;

 

     - Harán presente a Cristo entre los enfermos y necesita­       dos;

 

     - Vivirán la misión de anunciarles el Reino, al estilo de San Juan de Dios.

 

 

     Entonces, y sólo enton­ces, tendrá sentido eclesial su presen­cia en el Centro.

 

 

En comunión con Cristo sacerdote,

evangelizamos a los enfermos  y a los que sufren

 

90   Podemos afirmar, al final de este capítulo, que Hermanos y    fieles laicos, Colaboradores de la Orden en el servicio a los enfermos y necesitados, participamos de manera singular en el oficio sacerdotal de Cristo. El, constituido "sacerdote perpetuo en la línea de Melquisedec" (Heb 5, 7), ejerció su sacerdocio en el servicio al hombre, entregando la vida por todos (Cfr. Mt 20, 28), para comunicarnos vida abundante (Cfr. Jn 10, 10). Nosotros, Hermanos y fieles laicos, -manteniendo nuestra propia identidad: todos consagrados en el Bautismo y la Confirma­ción; los Hermanos consagrados, además,  con el don de la vida religiosa- participamos, sin ninguna distinción, del oficio de Cristo, sumo sacerdote compasivo y misericordio­so (Heb 2, 17).

 

     Cabe decir con San Pablo que, en esta participación ya no hay varón ni mujer, pues todos somos uno en Cristo Jesús. (Gal 3, 28).



                      CAPITULO TERCERO

 

 

             Participación de los Colaboradores

        en el carisma, la espiritualidad y la misión

      de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios

 

 

Aproximación histórica

 

91   La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, hoy presente en    los cinco continentes en más de 200 Obras asistencia­les, tuvo origen en Granada, aproximadamente en el año 1538, en la persona de Juan de Dios: gracias a la acción del Espíri­tu Santo, al escuchar un sermón de Juan de Avila, abandonó cuanto tenía, decidido a manifestar con obras y palabras el amor misericordioso de Dios a los necesitados.

 

     La transformación interior de Juan fue tan intensa, que la gente pensó que había perdido el juicio... y lo internaron en el Hospital Real, en la sección de dementes. Allí intuyó el modo concreto de expresar la misericordia de Dios en favor de los más abandonados: fundando un hospital en el que los pobres y enfermos fueran asistidos con dignidad y amor.

 

     Comenzó sin más recursos que su propia persona: pedía limosna que luego distribuía entre los pobres; recogía a los abandonados y los reunía en el zaguán de la casa de personas pudientes, hasta que el número aumentó de tal modo que le exigió pensar en un lugar más amplio. Poco a poco, su amor creativo le impulsó a organizar un verdadero hospital-asilo, donde pudo plasmar la intuición que tuvo cuando estaba en el Hospital Real. Meses antes de morir, escribía a un bienhechor:

 

     "Siendo esta casa de carácter general se reciben en ella, sin distinción, enfermos de todas clases; así que aquí se encuentran tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos y otros muy viejos y muchos niños; y esto sin contar otros muchos, peregrinos y viandantes, que aquí acuden, a los cuales se les da fuego, agua y sal, y vasijas para guisar de comer... Entre todos, en­fermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay más de ciento diez"[69].

 

 

92   La fuerza interior que animaba a Juan era el mismo Espí­ritu   de Jesús. La capacidad de amar, connatural en él, se vio enriquecida y transformada por el amor misericordioso del Padre. Gracias a la presencia del Espíritu en su vida, con el carisma de la hospitalidad, Juan "vivió en perfecta unidad el amor a Dios y al prójimo. Se dedicó por entero a la salva­ción de sus herma­nos e imitó fielmente al Salvador en sus actitudes y gestos de misericordia... Así es como nuestra Orden Hospita­la­ria nace del Evangelio de la misericordia, vivido en pleni­tud por San Juan de Dios; por eso, justamente lo tenemos como Fundador"[70].

 

 

Compañeros y colaboradores de Juan de Dios

 

 

93   Juan de Dios no escribió Reglas ni Constituciones. No hizo    más que "contagiar" su modo de vivir el amor de Dios en el servicio al prójimo necesitado: espontáneamente se fueron uniendo a él algunos compañeros, para ayudarle en sus obras de caridad, principalmente en el servicio de los pobres y enfer­mos de su segundo hospital, en la Cuesta de los Gomé­les.

 

 

     El primer biógrafo del Santo dice:

 

     "Fue tan grande el exemplo de vida (de) Ioan de Dios y lo mucho que agradó a todos, que muchos se animaron a imita­lle y seguir sus pisadas, sirviendo a nuestro Señor en sus pobres y exercitándose en el oficio de la hospitali­dad por sólo Dios"[71].

 

     Juan de Dios tenía plena confianza en las personas que le ayudaban, especialmente en sus "compañeros". Sabemos que salía muy temprano del hospital, para recoger limosna y ejercitarse en otras obras de caridad, y que regresaba tarde al mismo. De lo cual se deduce que eran sus compañeros y otros colaborado­res quienes se encargaban, la mayor parte del día, del cuidado y asistencia de los pobres y enfermos. Con ocasión de su viaje a Valladolid, en el que se demoró más de nueve meses, dejó a Antón Martín, su primer compañero, al frente del hospital, para "que mirase por los pobres y la casa hasta que él volvie­se"[72]. Cuando estaba a punto de morir, llamó al mismo Antón Martín, "encargán­do­le mucho los pobres y los güerfanos y los vergonzan­tes, amones­tándole lo que había de hacer, con muy santas palabras"[73].

 

 

94   Además de los primeros Hermanos, ayudaban a Juan de Dios otras personas en el servicio y atención a los enfermos: médicos, boticarios, sacerdotes de la ciudad y otras muchas, pues "nuestro Señor proveyó de enfermeros, que le ayudasen a servir a los pobres, mientras él iba a buscalles la limosna y medicinas con que se curasen"[74].

     La historia ha querido conservarnos el nombre de un colaborador de Juan, que le acompañaba en sus viajes y a quien enviaba en su lugar a recoger la limosna, a casa de algunos bienhechores: es Juan de Avila, a quien el Santo llama fami­liar­mente "Angulo". Se advierte que tiene en él plena confian­za, pues lo envía en su nombre incluso a la corte[75]. El San­to le llama siempre "mi compañero Angulo", pero no se trata de uno de los Hermanos, pues hablando de él a la Duquesa de Sesa, le dice:

 

     ...por cierto que queda muy necesitado, con su mujer, por lo cual os pido que miréis por él"[76].

 

 

95   A los Hermanos y a las personas que trabajaban con Juan       en   la asistencia de los necesitados, hay que sumar los bienhe­cho­res: Juan pudo ayudar a los demás, gracias a las limosnas que recibía: le ayudaron familias y personas ilustres con limosnas cuantiosas que le sacaban de apuros en los momen­tos de mayor necesidad; le apoyó el pueblo sencillo, que le daba pequeñas cantidades de dinero y llenaba de pan y comida la espuerta y las ollas que llevaba a cuestas.

 

 

     Se puede afirmar, sin necesidad de aumentar las referen­cias históricas que lo confirmen, que Juan de Dios pudo reali­zar su obra, gracias a la colaboración de los primeros Herma­nos, de las personas que acudían al hospital para ayudar­le en el servicio y a la limosna de sus bienhechores.

 

     Otro tanto vale respecto a los continuadores de la obra de Juan, pues rápidamente se extendieron por diferentes luga­res de España: los Hermanos contrataban médicos, cirujanos, botica­rios, etc.[77].

 

 

96   El amor de Dios, que había inundado la vida de Juan, era la   fuerza que animaba a todas esas personas: a unas las deci­dió a seguir su género de vida, manteniendo así el don de la hospita­lidad en la Iglesia; a otras, a dedicar parte de su tiempo en el ejercicio de la caridad con los pobres y enfer­mos; a otras, en fin, a apoyar la obra iniciada por él con la limosna.

 

     Había nacido en la Iglesia la familia hospitalaria, compuesta por los Hermanos, trabajadores, volun­tarios y bien­he­chores. Todos, animados, de alguna manera, por la capacidad de amar al prójimo, fruto de la acción del Espí­ritu, según la vocación de cada uno.

 

 

Participación de los colaboradores

en el carisma de la Orden

 

 

97   A partir de Juan de Dios, hombres y mujeres creyentes le han emulado en su entrega a los enfermos y necesitados, para imitar a Jesús de Nazaret, que pasó por el mundo haciendo el bien a cuantos encontraba en situación de necesi­dad (Cfr. Act 10, 38).

 

     Sin embargo, no todos cuantos lo han imitado y siguen imitándolo, participan de la misma manera del don especial que recibió del Espíritu y que la Iglesia ha definido como carisma de la hospitalidad.

 

     Conviene recordar lo que se ha dicho en otro lugar acerca de las motivaciones que pueden impulsar a servir a los enfer­mos y necesitados. En este momento nos situamos en el nivel de las motivaciones que tienen su origen en la fe cristiana, con la intención de distinguir los diferentes niveles de partici­pación en el carisma de la hospitalidad, recibido por Juan de Dios y heredado por cuantos son llamados a seguirlo como miembros de la Orden Hospitalaria.

 

 

98   Desde el Concilio Vaticano II es frecuente hablar de      carismas en la Iglesia. También lo es referirse en el lenguaje corriente a personas con carisma. Intentamos aclarar lo que nosotros entendemos por carisma: haremos una doble aproxima­ción, teniendo como base la doctrina de San Pablo, a la que nos vamos a referir muy brevemente, para hacer una aplicación a las personas con "carisma" y, posteriormente al sentido teológico del carisma.

 

 

99   San Pablo habla de los carismas como dones que el Espíri­tu    Santo concede a los fieles para la comu­nión y edifica­ción de la Iglesia. Se trata de gracias que recibe el creyen­te. En este sentido, es algo personal, que permite vivir la fe en Jesucristo y sentirse realizado como persona. Pero el Espí­ritu no se comunica al cris­tiano  para "ence­rrar" su Vida en la indivi­dualidad de la persona agraciada, sino para que su presencia y acción en la Iglesia redunde en beneficio de la comunidad y, en general, de cuantos tienen relación con sus miembros (Cfr. 1 Cor 12, 4-7; Ef 4, 13).

 

     Ateniéndonos a la aplicación que hace el mismo San Pablo, carisma dice relación a la vocación personal y, más concreta­mente, al servicio o actividad que el fiel está llamado a realizar en la Iglesia (Cfr. Rom 1, 1; 1 Cor 12, 4-6).

 

     No cabe duda de que el Espíritu, al conceder un carisma, tiene en cuenta la identidad de quien lo recibe. Su presencia potenciará las cualidades y habilidades del creyente, de manera que pueda vivir con espontaneidad el servicio a que es llamado y conseguir la felicidad personal.

 

100  Las ciencias sociales hablan de personas "carismáticas", para referirse a quienes tienen cualidades que les permi­ten influir eficazmente en grupos de personas o en sectores amplios de la sociedad.

 

     En cierto sentido, este modo de comprender el carisma tiene que ver con el modo de entenderlo San Pablo, aunque no se hable de don del Espíritu: la persona carismática se siente transcendi­da, de manera que sus palabras y acciones son capa­ces de arrastrar a muchas más y de inspirar e impulsar movi­mientos sociales que, al menos en principio, están orien­tados a mejorar la calidad de vida de las personas y de los grupos.

 

     La historia se ha encargado de perpetuar el nombre de personas carismáticas: Moisés, Mahoma, Marx, Gandhi, Luther King, Juan XXIII y tantos otros que, en cierto modo, han cambiado el curso de la historia, sin necesidad de refe­rirnos a Jesús de Nazaret, los Doce y al mismo San Pablo.

 

 

La vida religiosa como carisma

 

 

101  El Espíritu concede carismas a personas determinadas. Pero,   antes de nada, se hace presente en la Iglesia de Cristo que, esencialmente, es carismática. Ella es la deposi­taria de todos los carismas; ella, tiene la misión de discer­nir los carismas de los fieles; ella como Madre solícita, se preocupa de interpretar y regular la llamada especial a seguir a Cristo por el camino de los consejos evangélicos de casti­dad, pobreza y obediencia, aprobando y promoviendo formas estables de vivirlos, consciente de que la vida religiosa es un don divino que recibió de su Señor y que con su gracia conserva siem­pre[78].

 

102  Los elementos esenciales que distinguen a los fieles      llamados a seguir a Cristo en la vida religiosa, son la consagración, la misión y la comunión. Se trata de aspectos que perte­necen a la misma esencia de la Iglesia. Los religio­sos, con su voca­ción especial, no hacen más que intentar vivirlos con  mayor radicalidad, animados por una opción de fe que les motiva a participar de la consagración y misión de Cristo, imitándolo en su estilo de vivir la plena donación al Padre y el servicio a los hombres.

 

     La consagración del religioso tiene su origen en el amor de predilección de Dios que, en un acto de pura gratuidad, lo elige para que su existencia entre los hombres sea un signo particular del sentido transcendente de la vida. Signo que se manifiesta en una dedicación plena a Dios, expresada en una actitud contempla­tiva de la vida, como experiencia de la presencia de Dios en él y en cuanto le rodea, que le motiva a sentirse habitualmente dedicado al culto y a la alabanza, mediante la ofrenda de todo su ser al Señor.

     La respuesta del religioso a la invitación de Dios con­siste en aceptar a Dios en su vida como Señor y Absoluto de su existencia: El llena todas sus aspiraciones y proyectos; por El vale la pena vivir; El colma su vocación humana a conseguir los más altos niveles de existencia  en libertad y amor. Esta convicción le motiva a "consagrar" a su Señor los valores más significativos de su vida, manifestando su opción por Dios en la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.

 

 

103  La misión que el Espíritu confía al religioso consiste,      esencialmente, en ser "memoria" de Cristo Jesús, suscita­da, precisamente, mediante la consagración de la propia exis­tencia, que evoca el modo de existir del Hijo, centrado funda­mentalmente en el Padre, asentado en su Amor, dedicado total­mente a cumplir su voluntad y entregado al servicio de los hombres, para ser testigo de un existir humano liberado de cuanto significa egoísmo y alienación.

 

     Esto hace que el religioso, mediante el celibato por el Reino, el religioso, como Jesús, viva el amor como signo de que la vida es un don que se recibe gratuitamente y es posible transmitirla y promoverla mediante unas relaciones de amor que, abarcando todo el ser de la persona, la transcienden. Con esto, el religioso no infra­va­lora el sentido del amor matrimo­nial. No hace más que ofre­cer el otro rostro del amor humano, que se asemeja más direc­tamen­te al amor esponsal de Dios con el hombre.

 

     Con la pobreza evangélica, el religioso, consciente de la radical necesidad de ser salvado por Dios, asume las actitudes de Cristo Jesús, que se hace servidor de los demás, y usa los bienes de la tierra como medio para conseguir la igualdad entre los hombres: no acumula riquezas, comparte con los hermanos toda su existencia y cuanto consigue con su trabajo.

 

     A través de la obediencia, se identifica con el Hijo, que vive en amorosa dependencia del Padre y se entrega en cuerpo y alma a cumplir su voluntad. De este modo, el religioso ofrece el testimonio del verdadero sentido de la libertad humana: es libre quien ha conseguido un nivel de libertad interior tal, que experimenta que el sentido de su vida está en ser fiel a su vocación personal y a colaborar a que los demás consigan realizarse como personas.

 

 

104  La manifestación del sentido profundo de la misión del    religioso se concretiza en una forma de presencia en la Iglesia y en la sociedad que, en el caso de los religiosos dedicados al apostolado, se realiza en un servicio de amor a los hombres, para ser en medio de ellos signo de la benevolen­cia y cercanía de Dios. Si miramos el servicio de los Hermanos Hospitalarios, la "misión" que realizamos coincide con una actividad que se enraiza, como hemos indicado ya, en la misma esencia del ser humano y se expresa en actividades que coinci­den, en las formas, con las que realiza un profesional de la salud. Sin embargo, en nuestro caso, la opción de fe por Cristo para hacer presente el Reino de Dios entre los hombres, confiere a la actividad profesional un sentido nuevo, que la convierte en profecía.

 

     La dedicación del religioso al servicio de los hombres, asume las actitudes que animaron a Cristo Jesús: la experien­cia del amor del Padre le impulsa a vivir el amor en el servi­cio a los hombres, para anunciarles la salvación, con formas y gestos de gratuidad.

 

 

105  El religioso vive la consagración y la misión en comunión     con otros hermanos que, lo mismo que él, han sido elegi­dos y llamados a seguir a Jesús, como miembros de la Iglesia que constituyen una familia, que tiene como vínculos de unión la fe en un mismo Dios y Señor, el amor del Espíritu y la esperanza que les impulsa a colaborar en la construcción de un orden humano que refleje en la tierra los valores del Reino futuro.

 

     La comunión entre los Hermanos es el distintivo último de la vida religiosa. Al reunirse para formar fraternidad, eligen un estilo de vida en familia que imita la vida de la comunidad de Jesús con los Doce: viven abiertos a la voluntad del Padre, comparten la vida con Cristo, tienen todo en común y todos dedican su vida a la alabanza y al anuncio del Evangelio a los pobres.

 

 

Juan de Dios, hombre "carismático"

 

 

106  Es claro que Juan de Dios fue un hombre "carismático", en     el sentido amplio de la expresión. Su modo de actuar atrajo la atención de cuantas personas lo conocieron y, de un modo u otro, se sintieron arrastradas por la fuerza de su entrega total al servicio de los necesitados. El influjo no se limitó a la ciudad de Granada: se extendía a su paso por las aldeas y ciudades de Andalucía, Extremadura, Castilla y León. Tenía un algo que era contagioso. De ahí el cambio que se produjo en la opinión de la gente: de loco, necesitado de ser encerrado en el Hospital Real, cuando lo conocieron, a tenerlo como hombre de Dios. Lo refleja bien el cambio de nombre, que le otorgó el pueblo: de Juan Ciudad, su nombre, a Juan de Dios, el nombre con que ha pasado a la historia de los hombres y de la Igle­sia.

 

 

107  Pero su "carisma" tenía un contenido que transcendía su   propia persona: no eran sólo actitudes y gestos humanos que, al expresarse en amor a los necesitados, suscitaban la admiración y movían a colaborar en su Obra.

 

     El carisma de la hospitalidad con que fue enriquecido por el Espíritu Santo, se encarnó en él como germen que debía conti­nuar vivo en otros hombres, a quienes el Espíritu concede experimen­tar, de manera singular, el amor misericordioso del Padre, para que en su vida y obras prolonguen a través del tiempo la presencia misericordiosa de Jesús de Nazaret, sir­viendo a las personas que sufren, al estilo de Juan de Dios[79].

 

     El Espíritu, que se vale de personas débiles y poco significati­vas cuando desea destacar su obra, en  un siglo en el que la Iglesia vivía un movimiento de Reforma, apoyado por grandes teólogos y fundadores de institutos reli­giosos, quiso manifes­tar la fuerza de su Amor eligiendo a Juan, hombre sin letras, que no se ocupó de otra cosa que de vivir entrañable­mente unido el amor de Dios en el servicio a los pobres, para que fuera el Fundador de la Orden Hospitala­ria, que hoy lleva su nombre.

 

 

108  Juan de Dios recibió el carisma de la vida religiosa, al ser      "consagrado" con la presencia especial del Espíri­tu que, con el don de la hospitalidad, lo eligió para ser Funda­dor de la Orden Hospitalaria. Esta experiencia cambió el sentido de la vida de Juan: a partir de lo que se ha llamado su conversión definiti­va, se sintió invadido por el amor misericordioso del Padre y experi­mentó el infinito amor que le tenía Jesucristo. Esto le impul­só a entregarse al servicio de los pobres y abandonados con una motivación pro­funda, que él mismo se preocupa de afirmar:

 

     "Estoy aquí empeñado y cautivo por sólo Jesucristo... Juan de Dios, el que desea la salvación de todos como la suya misma"[80].

 

 

109  Se puede, pues, afirmar, que Juan de Dios fue un "laico",      consagrado con una vocación especial en la Iglesia.

 

     Así lo entendieron sus compañeros que, después de la muerte de Juan, continúan unidos en el Hospital de Granada practicando la caridad y, poco a poco se van extendiendo, siempre en comunión con los Hermanos del primer Hospital, animados todos por el "espíritu" y ejemplo de Juan de Dios.

 

     Así lo entendió la Iglesia que, a través de los Papas y Obispos reconoció que la obra que realizaban los Hermanos tenía como iniciador a Juan de Dios:

 

     "...hombre santo, justo y temeroso de su ley, como lo mostró en todo el discurso de su vida sancta y limpia por obras que hizo, y aquella caridad encendida que abrasaba su corazón para con los pobres enfermos afligidos y nece­sita­dos, el cual no sin inspiración divina fue el primer autor fundador y principio de vuestra regla e institu­to[81].

     Se admite, pues, que Juan ha recibido no sólo un carisma personal particular, sino que éste tiene el carácter de caris­ma fundacional, capaz de congregar a quienes lo reciben en una familia y,  animados por el Espíritu, se entregan generosa­mente al servicio de Dios en los enfermos y necesitados, para anunciar­les el Reino al estilo de Jesús, como lo hizo Juan de Dios.

 

 

 

Sentido teológico de carisma, misión y espiritualidad

 

 

110  La doctrina de San Pablo nos permite hacer una definición     breve sobre lo que la teología actual entiende por caris­ma: es toda forma de presencia del Espíritu en la vida del creyen­te, que enriquece y dispone para realizar un servicio en favor de los demás.

 

     Elegimos esta definición, porque expresa muy bien los elementos esenciales de todo carisma:

 

     - transcendencia y gratuidad: el creyente recibe el don sin que pueda hacer nada para merecerlo: es puro regalo del Espíritu;

 

     - subraya el carácter personal y personalizador: el Espí­ri­tu se hace presente en cada uno para promover su realiza­ción personal;

 

     - dispone para servir a la Comunidad: la experiencia del amor de Dios motiva y estimula a amar a los demás.

 

 

111  La misión, consecuencia del carisma recibido, es el modo concreto de expresar el servicio en la Iglesia, en favor de los hombres. En consecuencia:

 

     - está íntimamente relacionada con la dimensión de fe, y es un modo de expresarla;

 

     - configura toda la existencia del creyente y hace que su actuación adquiera sentido y contenidos de "profecía", es decir: sea anuncio de la presencia salvífica de Dios entre los hombres: el servicio realizado, en cierto modo, es un signo que evoca la presencia y la actuación de Dios en la historia y, por tanto, es anuncio del Reino: un modo de expresar la salvación de Dios.

 

 

112  La espiritualidad es el modo de ser y de vivir que condu­ce    a la identificación personal con Cristo. Es como la expre­sión existencial del carisma y la misión. La espirituali­dad, en consecuencia, es una realidad que abarca a toda la persona: al ser y al hacer; al estilo peculiar de orar y de relacionar­se con los demás.

 

     Por tanto, la espiritualidad explicita:

 

     - la manera de vivir y expresar la propia fe, entendida como "encuentro" personal con Dios y como el modo de "encarnar" la actitud contemplativa de la vida, en las relaciones interpersonales y en el trabajo habitual;

 

     - la forma de asumir y anunciar el Reino, en actitudes, gestos y palabras;

 

     - los signos mediante los cuales se acoge y manifiesta la presencia de Dios y su amor a los hombres;

 

     - el modo de vivir y expresar los consejos evangélicos, cuando se trata de los religiosos.

 

 

113  La misión y la espiritualidad son dos realidades que se  exigen mutuamente: ambas brotan del carisma. De ahí que es inconcebible una espiritualidad que no esté orientada a la evangelización, ni puede existir misión que no esté animada por la espiritualidad.

 

     Las Constituciones de la Orden Hospitalaria, definen los elementos esenciales del carisma de los Hermanos de San Juan de Dios:

 

 

     "En virtud de este don, somos consagrados por la acción del Espíritu Santo, que nos hace partícipes, en forma singular, del amor misericordioso del Padre. Esta expe­riencia nos comunica actitudes de benevolencia y entrega, y nos hace capaces de cumplir la misión de anunciar y hacer presente el Reino entre los pobres y enfermos; ella transforma nuestra existencia y hace que en nuestra vida se manifieste el amor especial del Padre para con los más débiles, a quienes tratamos de salvar al estilo de Je­sús"[82].

 

     La misión de la Orden la describen así:

 

     "Animados por el don recibido, nos consagramos a Dios y nos dedicamos al servicio de la Iglesia en la asistencia a los enfermos y necesitados, con preferencia por los más po­bres... Al llamarnos a ser Hermanos Hospitalarios, Dios nos ha elegido para formar una comunidad de vida apostó­li­ca"[83].

 

     La espiritualidad peculiar del Hermano Hospitalario consiste en "encarnar cada vez con más profundidad los senti­mientos de Cristo hacia el hombre enfermo y necesitado y a manifestarlos en gestos de misericordia" (...) dedicándose "con gozo a la asistencia de quien sufre", de manera que "nuestra vida es para él signo y anuncio de la llegada del Reino"[84].

 

 

Participación de los fieles laicos en la Vida de la Orden

 

 

114  El Espíritu Santo concede los carismas a personas concre­tas, en favor de la Iglesia, de los hombres. El carisma, por lo tanto, no se limita a la persona que lo reci­be, sino que tiene una "irradiación", en virtud de la cual el don recibido trans­ciende a los demás.

 

     De ahí que el carisma de la hospitalidad, recibido por Juan de Dios, no produjo un bien solamente a Juan; de él se beneficia­ron cuantas personas lo trataron: los pobres y sus Hermanos, los bienhechores, trabajadores y voluntarios que le ayudaron a realizar la misión que le confió el Espíritu. Como ya hemos indicado, además, el carisma de la hospitalidad, recibido por Juan, tiene el senti­do de carisma fundacional, lo que significa que no desapareció de la Iglesia con su muerte, sino que sigue presente en ella y lo reciben quienes, como Juan de Dios, han sido destinados a reproducir la imagen del Hijo (Cfr. Rom 8, 29), que pasa por el mundo haciendo el bien y anunciando la Buena Noticia a los pobres y enfermos (Cfr. Act 10, 38; Lc 7, 22), al estilo de San Juan de Dios.

 

     El carisma de la Hospitalidad, según lo recibió Juan de Dios, sigue vivo hoy en la Iglesia en los Hermanos de la Orden Hospitalaria, fundada por él. Naturalmente, ellos lo siguen "irradiando" y, en la medida que lo viven en fidelidad renova­da, colaboran con el Espíritu para que se difunda y prolongue en el tiempo.

 

115  Hay una pregunta que, con frecuencia, se hacen los cola­   boradores de la Orden:

 

     "¿Cómo participamos ellos del carisma de Juan de Dios?".

 

     Propiamente hablando "los carismas se conceden a la persona concreta; pero pueden ser participados por otros y, de este modo, se continúan en el tiempo, como viva y preciosa herencia, que genera una particular afinidad entre las perso­nas"[85]. De esta índole es el carisma recibido por Juan de Dios. Directamente lo partici­pan las personas que reciben del Espí­ritu su misma vocación, por la cual son invitados a seguir a Cristo en la Orden Hospitalaria. Es el caso de los Hermanos. Puede darse que  otras personas lo reciban y, por distintas circunstancias, no lleguen a descubrirlo, o a desarrollarlo existencialmente.

 

     Los fieles laicos, que no reciben la misma vocación de Juan, participan de su carisma de modo indirecto. Entendemos este modo de participa­ción en el carisma de la Orden como resultado de la "irradiación" del mismo: quien conoce a Juan de Dios, sea por la lectura de su vida o por la relación directa con los Hermanos, experimenta que en su vida se produ­ce una especie de luz, que suscita en él la invitación a vivir la hospitalidad, imitando a Juan o a sus Hermanos.

 

 

 

116  Conviene tener en cuenta, antes de seguir, que el carisma     de la hospitalidad no es exclusivo de los Hermanos de San Juan de Dios: es un don del Espíritu Santo a la Iglesia, que reviste múltiples manifestaciones. En cierto modo, lo experi­men­tan todos los creyentes en Cristo.

 

     Esto hace que quien entra en relación con Juan de Dios y su Obra, perciba que su capacidad de amar al prójimo se poten­cia y se sienta invitado a expresarla. Pero el don lo recibe de acuerdo con su vocación cristiana.

 

     Resumiendo: la participación en el carisma de la Orden, propiamente hablando, es peculiar de los Hermanos de San Juan de Dios y de quienes han recibido su misma vocación. Los fieles laicos que se sienten invitados a vivir la hospitali­dad, partici­pan del carisma de Juan de Dios al abrirse a la espiritualidad y la misión de los Hermanos, encar­nándola en su  vocación personal.

 

     El nivel de participación, naturalmente, es muy variado: habrá quienes se sientan más vinculados a la Orden desde la espiritualidad; otros, en cambio, en el desempeño de la mi­sión. Pero, lo importante, es que el don de la hospitalidad, recibido por Juan de Dios, crea unos lazos de comunión entre los Hermanos y Colaboradores que los impulsa a desarrollar su vocación cristiana y a ser para el pobre y necesitado manifes­tación del amor misericordioso de Dios a los hombres.

 

     El hecho de que Hermanos y fieles laicos compartan la riqueza de la mutua vocación, desde el denominador común de la hospitalidad, que en cada uno tiene contenidos y manifestacio­nes diferentes, es un estímulo que los impulsa a vivir cada vez con más profundidad la propia identidad, conscientes de que en la medida que cada uno viva en fidelidad su propia vocación cristiana, la Iglesia y las personas que reciben el servicio para el que dispone el carisma, van a expe­rimentar el fruto de la acción del Espíritu, en toda la riqueza que es capaz de comu­nicar su presencia.

 

 

 

117  Por otra parte, de la valoración del don personal recibi­do,   depende la fidelidad a reproducir en sí mismo los rasgos de Cristo, a configurarse con El. En otro lugar, a este modo personal de configurarse con Cristo lo hemos denominado espiri­tualidad. Veíamos que, en la práctica, es la expresión existen­cial del carisma y de la misión y que abarca a toda la persona, imprimiendo una especie de estilo que la distingue.

 

     Hay rasgos de la espiritualidad de la Orden que coinciden con la espiritualidad propia de personas que colaboran con los Hermanos. A este nivel es conveniente valorar esas coinciden­cias, para ponerlas en común, desarrollarlas en una relación más directa, apoyada precisamente en esas coincidencias. Pueden y deben surgir, a partir de ellas, encuentros de refle­xión, de diálogo y, naturalmente, de oración común de los Hermanos y Colaboradores. Encuentros que, por brotar de unos valores que comunica el Espíritu, transcienden las relaciones que en otro lugar hemos llamado de trabajo y que, por lo mismo, deben programarse en tiempos diferentes a los del horario laboral, para evitar posibles conflictos. Son momentos de relación que necesita valorar cada persona, para asumir responsable y libremente las responsabilidades que implican, la menor de las cuales no es, ciertamente, la del testimonio de vida que debe derivarse de esos encuentros.

 

     Además, es importante que en esas reuniones, cada persona o cada grupo, sea capaz de expresarse también desde los conte­ni­dos de la propia espiritualidad, de las exigencias persona­les que se siguen de la propia vocación cristiana, con el fin de enriquecer a los otros y conseguir que ellos puedan ofrecer sugerencias y pistas de realización que ayuden a vivir con más transparencia el seguimiento de Jesús.

 

 

 

118  Un aspecto de la Vida de la Orden en el que participan más      directamente los colaboradores es la misión de servir a los enfermos y necesitados. Situados, como estamos, en la dimensión creyente, vale la pena recordar el principio de que toda persona bautizada está llamada a colaborar en la evange­lización desde su propia identidad, en el trabajo habitual que realiza.

 

     Desde este punto de vista, los creyentes que trabajan en Centros de la Orden, están llamados a expresar su compromiso en la evangelización, ante todo, mediante su trabajo profesio­nal, realizado con eficiencia y apoyado en actitudes humanas que expresen en su modo de actuar la bondad y la cercanía de Jesús a las personas que sirven y a los otros compañeros de trabajo. Así, el servicio es el primer medio para la evangeli­za­ción.

 

     A veces se buscan tiempos y lugares en los que vivir el compromi­so cristiano y se descuida expresar la propia identi­dad en el trabajo habitual que se realiza. ¿Se puede encontrar un ambiente más adecuado para anunciar a Cristo que el de un hospital o Centro Asistencial, donde tantos enfermos y pobres esperan descubrir el amor que Dios les tiene? Recordemos que los llamados a servir a los pobres y necesitados tenemos la responsa­bilidad de ser para ellos manifestación de la bondad y cercanía de Dios.

 

     Se da mucha importancia a descubrir y vivir la presencia de Cristo en la persona enferma y necesitada, con el fin de dar sentido al servicio que se presta. Es un valor importantí­simo que se debe cultivar, una actitud de fe que es necesario alimentar, sobre todo, para valorar al necesitado en su digni­dad de persona e hijo de Dios. Es un "derecho" que Jesús concedió a los pobres y a los que sufren. Pero no podemos olvidar este otro derecho: descubrir en nosotros la presencia de Jesús. Es una realidad que, seguramente, comporta mucha más fuerza de transformación a nivel personal y que exige, casi de manera espontánea, un actitud constante de renovación cristia­na.

 

 

 

119  La participación de los Colaboradores creyentes en la     misión de la Orden, no se limita al ámbito del servi­cio com­partido, realizado con sentido evangelizador. Incluye la responsabilidad de anunciar a Cristo también con la pala­bra, que implica: saber dar razón de la propia fe, confesarla con sencillez ante los demás, ofrecerles motivos de esperanza y comprometerse en la pastoral.

 

     El compromiso en la pastoral de la salud lo tienen no sólo los Hermanos: se extiende también a los otros creyentes que trabajan en el Centro. Ya hemos indicado que el servicio bien realizado es evangelización y, por lo tanto, es pastoral. Se puede afirmar que es como el requisito que dispone el ánimo del enfermo o del necesitado para acoger en actitud de fe el anuncio explícito del Evangelio de Cristo. Pero no se puede limitar la Pastoral de la Salud sólo a un servicio bien reali­zado: exige, además, la realización de unos programas de catequesis, de celebraciones litúrgicas y de encuentros de oración.

 

     En la realización de los planes de Pastoral de la Salud adquiere valor de testimonio especial, la presencia y el compromi­so de quienes no son Hermanos. No es difícil pensar que los Hermanos se comprometan en la pastoral, como exigencia natural de su consagración y, por lo tanto, que se vea en ellos como un deber. Cuando la pastoral la realizan hombres y mujeres que viven la fe en ambientes muy similares a los de los pacien­tes, es fácil que produzcan un impacto más hondo y cuestionen más eficazmente la vida.

 

 

 

120  Hemos hablado casi exclusivamente de los trabajadores. Esto   no significa que sólo ellos participan del carisma, de la espiritualidad y en la misión de la Orden. Los volunta­rios y bienhechores también participan y, en cuanto creyentes, cuando entregan parte de su vida y de su tiempo al servicio generoso y desinteresado de los enfermos y necesitados, están expresando claramente esa comunión con los Hermanos, precisa­mente en el nivel de gratuidad. Vale, por tanto, cuanto se ha dicho respecto al servicio, como el primer modo de realizar la evangelización, y también ellos son invitados a participar directa y activamente en los Equipos de Pastoral de la Salud de los Centros de la Orden.

121  De la comunión en la fe, se derivan, como estamos viendo,     unos niveles muy profundos de relación entre Hermanos y Colaboradores, que intentamos resumir:

 

     - Desde la vivencia de la propia vocación, que nos permite valorar y aceptar el modo personal de vivir la presencia del Espíritu en nuestra vida (carisma), se sigue una relación que dimana del compartir la riqueza del don recibido. Se da una co-participación en los frutos espi­ri­tuales de los diferentes carismas, que animan a valorar la riqueza del Amor de Dios, manifestado en su Espíritu, estimulan a vivir en fidelidad la propia vocación y urgen a colabo­rar para que los otros sean fieles a su identidad cristiana.

 

     - Con los dones de la vida y del Bautismo, hemos recibido la vocación a reproducir los rasgos de Cristo y a identi­ficar­nos con El, de acuerdo con nuestra identidad perso­nal. Es a lo que hemos llamado "espiritualidad". Desde esta dimen­sión  de nuestra vida, Hermanos y Colaboradores estamos llamados a vivir unas relaciones fundadas en la fe, que deben expresarse en encuentros de profundización, de oración y de celebraciones litúrgicas comunes, que estimu­len y favorezcan el crecimiento de todos y sean como el coronamiento de cuanto compartimos en el servicio a los enfermos y necesitados.

 

     - El compromiso de anunciar el Evangelio y ser testigos de Cristo, nos urge a todos, Hermanos y Colaboradores, a vivir y realizar el servicio a los demás como el primer modo de expresión de ese compromiso evangelizador, mani­festado principalmente en unas actitudes que evoquen la presencia de Cristo junto a quien sufre. Además, ese mismo compromiso anima a participar activa y responsable­mente, cada uno en la medida de sus posibilidades, en los Equipos de Pastoral de la Salud del Centro.

 

 

 

 

Quien sirve al prójimo con amor,

participa del "espíritu" de Juan de Dios

 

 

122  Muchos de los Colaboradores de la Orden no comparten con nosotros la fe en Cristo y en el sentido transcendente de la vida. Sin embargo, se sienten vinculados a Juan de Dios y experimentan que su modo de servir a los enfermos y necesita­dos los anima a imitarlo.

 

     Estrictamente hablando, habría que decir que estas perso­nas no participan del "carisma" de Juan de Dios. Sin embargo, Jesús nos permite descubrir un modo de comunión entre los hombres que va más allá de la consciencia y la confesión de la fe. El texto de Mateo 25, 37-40, pone de relieve que el servi­cio  a los pobres, enfermos y encarcelados, es "sacramento" de salvación para quien lo realiza, aunque no lo haga consciente­mente para servir al Señor. Esto quiere decir que en el servi­cio a los necesitados, cuando se hace con actitudes y gestos de solidari­dad, con sentido de ética profesional, existe una fuerza capaz de establecer niveles de comunión entre quienes lo realizan.

 

 

123  Una lectura de este texto, a la óptica de la participa­ción    en el carisma que animó a Juan de Dios a entre­garse al servicio de los necesitados, permite llegar a unas conclu­siones importantes:

 

     - por parte de los Hermanos: la persona que se encuentra en necesidad, por falta de salud o de otros bienes, es "sa­cramento" de comunión entre cuantos se esfuerzan para ofrecer remedio a su situación. La presencia de tantas personas de buena voluntad que, con nosotros colaboran en las tareas de servicio, aunque no participen de nuestra misma fe, debe animarnos a vivir con ellas una relación de diálogo y amistad. Por otra parte, hemos de descubrir en estas personas destinatarios de nuestro testimonio de creyentes en Cristo. Y el testimonio que puede llegar directamente a ellas es el de un servicio bien realizado, animado de actitudes y gestos de compasión, solidaridad, valoración y respeto de la dignidad de la persona. Segu­ramente, el Espíritu, a través de nuestra vida, desea iluminar la existencia de quienes no lo han descubierto, para que también ellos lleguen a sentirse objeto del amor y de la salvación de Dios;

 

     - por parte de los Colaboradores que realizan el servicio al prójimo animados por motivaciones que no van más allá del horizonte intramundano: es importante que sigan abiertos a Juan de Dios, para imitar de él el estilo de servicio que supo infundir en el hospital, y que han heredado sus Hermanos, haciendo de la persona necesitada el "centro" unificador de su esfuerzo para colaborar en la superación de la enfermedad, la pobreza y cualquier forma de margina­ción; que la persona necesitada sea para ellos, como para Juan de Dios, una llamada a la solidari­dad y a superar todo tipo de discriminación entre los hombres; es bueno que se adentren en la personalidad de Juan de Dios, para poder descubrir en él al "hermano de todos", que supo dialogar con todos, sin tener en cuenta ideolo­gías ni clases socia­les. Es bueno que, desde su amor a la verdad, estén abier­tos a los interrogan­tes que plantea a toda persona la relación directa con el dolor y la limitación humana, para poder descubrir res­puesta los interrogantes que todo hombre se plantea, sobre sí mismo y sobre el destino de la humani­dad.

 

     Desde esta óptica, incluso los Colaboradores no creyen­tes, participan del carisma de Juan de Dios, no sólo como posibles beneficiarios, que pueden encontrar en el testimonio de su vida la manifestación de la existencia de Dios, que se hace prójimo del hombre para demostrarle su amor, sino como colaboradores en la tarea de hacer del mundo un "hogar" en el que todos los hombres se sientan hermanos. En realidad, en esto consistió la obra de Jesús, y a este fin se orienta la acción del Espíritu en la Iglesia.

 

 

124  Juan de Dios sigue presente en los Centros de la Orden    Fundada por él:

 

     - su entrañable amor a los enfermos y necesitados, encar­na­do en unas actitudes y gestos de servicio, compren­sión, fidelidad y benevolencia;

 

     - su valoración y defensa de la vida y los derechos de los pobres y enfermos;

 

     - su interés y deseo de la salvación de todos, a quienes invitaba a reconocer el amor y la cercanía de Dios;

 

     - su profundo amor a Jesucristo, centro y animador de su vida y de sus trabajos,

 

son la fuerza que anima a cuantos, como Juan, dedican la vida al servicio de los enfermos y necesitados.

 

     El mismo Espíritu que animó a Juan de Dios es Quien renueva diariamente en nosotros la experiencia del amor que Dios nos tiene, y nos impulsa a traducir esta experien­cia en el amor, que se hace servicio y compañía, a los enfermos y necesitados. El mismo Espíritu es quien establece en nosotros unos lazos de comunión, que nos motivan a colaborar unidos en la misión de promover y servir la vida,  para hacer presente el Reino de Jesús. El es quien aviva en cada uno la responsa­bilidad de ser fieles a la vocación que de El hemos recibido, para ofrecer al mundo, como miembros del Pueblo de Dios, un testimonio claro de "comunión" y una visión más completa del Cristo total, de Quien todos somos miembros.


                           EPILOGO

 

 

 

     Antes de concluir, creemos conveniente recoger, en sínte­sis, las principales consecuencias que se derivan de este documento. Se trata de conclusiones a dos niveles: teórico-doctrinales y operativas.

 

 

Conclusiones teórico-doctrinales

 

125  Las expresamos de manera esquemática, pues no se trata más    que recordar las ideas principales que hemos deseado recoger en el documento:

 

     - Es posible conseguir progresivamente niveles más ricos de relación entre Hermanos y Colaboradores.

 

      La posibilidad se fundamenta en la vocación de toda persona a la comunión, por un lado, y en las cualidades y motivaciones que animan a cuantos participan en los Centros de la Orden en la asistencia a los enfermos y necesitados, por otro.

 

      Se habla de relaciones progresivamente más ricas, pues ya existen niveles de relación entre unos y otros: no es cuestión de comenzar de nuevo, sino de clarificar, purifi­car y ahondar la relación actual.

 

     - Entre Hermanos y colaboradores es posible vivir diferen­tes niveles de relación y comunicación, derivados, prin­cipal­mente, de las motivaciones que animan a los indivi­duos y a los grupos en su dedicación a los enfermos y necesitados, como se ha dicho en otro lugar.

 

     - Es necesario ahondar en el conocimiento, valoración y respeto de las personas y de los grupos, aceptando debi­da­mente las ideas y opciones de cada uno, en un clima de apertura y diálogo.

 

     - Conviene distinguir las relaciones de tipo profesional de las que pueden establecerse a partir de otros valores y motivaciones, si bien en algunos casos se interrelacionan íntimamente.

 

 

126  La Orden necesita tener en cuenta las consecuencias que se    derivan de ser propietaria y gestora de los Centros y las que se siguen del carisma, misión y espiritualidad que la definen y distinguen en la Iglesia y ante la sociedad en general. En consecuencia:

 

     - debe asumir y promover el cumplimiento de las Doctrina Social de la Iglesia y de las leyes justas de cada país, para responder adecuadamente a las expectativas y al derecho de las personas asistidas y de los trabajadores;

 

     - es necesario que promueva y anime la "comunión" con los Colaboradores que se identifican como creyentes, para vivir con ellos una relación más rica, a niveles de fe y aposto­lado.

 

 

 

Conclusiones operativas

 

 

127  No hacemos más que deducir las consecuencias prácticas de     las conclusiones precedentes, entre las que estimamos como más importantes las que siguen:

 

     - Es necesario difundir, estudiar y profundizar este docu­men­to, por parte de los Hermanos y Colaboradores. A tal fin, conviene promover y animar encuentros de reflexión, semina­rios, etc. en los que, al menos en algunas ocasio­nes, participen conjuntamente Hermanos y Colaboradores.

 

     - Los Organos de Gestión y Dirección de los Centros de la Orden, deben:

 

      . mejorar los cauces que faciliten y refuercen el conoci­miento, la valoración y la relación entre Hermanos y Colaboradores;

 

      . promover entre los Colaboradores el conocimiento de la Filosofía de la Orden, utilizando los medios más opor­tu­nos para conseguirlo;

 

      . renovar los sistemas de información y diálogo entre los diferentes sectores, sobre los objetivos y situación del Centro;

 

      . promover la formación permanente, como se ha indicado ya, de manera que se promueva el crecimiento integral de cuantos participan en la asistencia, organizando y promoviendo la participación de todos en mesas redon­das, cursos y cursillos de actualización profesional y humana. Es importante que en algunas actividades parti­cipen Hermanos, trabajadores y voluntarios;

 

      . facilitar, en la medida de lo posible, medios que pro­mue­van el bienestar y las relaciones de la familia de los trabajadores y voluntarios.

 

     - La Orden, como Familia Religiosa, debe:

 

      . motivar y urgir a los Hermanos para que valores y vivan cada vez más identificados con su vocación de consagra­dos y la misión primordial de evangelizar a los enfer­mos, necesitados y Colaboradores;

 

      . promover la "comunión" y relación de los Hermanos con los fieles laicos, actualizando la formación sobre este punto y estimulando y organizando encuentros de refle­xión, estudio y oración compartidos;

 

      . organizar encuentros con los Colaboradores, para ofre­cer­les la oportunidad de conocer cada vez más y mejor la identidad y la misión de la Orden;

 

      . promover la creación de grupos de Amigos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios;

 

      . estimular la organización de una Asociación de laicos, inspirada y animada en el "espíritu" de la Orden, con Estatuos que defi­nan la identi­dad, obje­ti­vos y finali­dad de la misma.

 

 

 

Estructuras de animación y coordinación

 

 

128  La doctrina de este documento, exige a la Orden cambiar   ligeramente las estructuras de animación y coordinación. En consecuencia, se distinguen las siguientes:

 

     - Secretariado para la animación y coordinación de los Colaboradores: su finalidad es promover, animar y coor­dinar cuantas iniciativas y actividades faciliten las relaciones mutuas entre Hermanos y Colaboradores.

 

      En este Secretariado pueden participar, indistintamen­te, todas las personas que, de una forma u otra, cola­boran en la misión de la Orden: Trabajadores, Volunta­rios y Bienhe­chores.

 

     - Asociación de laicos "San Juan de Dios": las Curias General y Provinciales, invitarán a los Colaboradores que, desde una opción de fe, deseen participar más directamente de la espiritualidad de la Orden.



    [1] Declaraciones del LXII Capítulo General, p. 31

    [2] Christifideles laici, Editrice Vaticana, Ciudad del                Vaticano 1988, p. 23.

    [3] Declaraciones del LXII Capítulo General, p. 30.

                   Por fidelidad a las Declaraciones del Capí­tulo, cuando se refieren explícitamente a los Colaboradores laicos, mantenemos esta terminolo­gía.

                   Con ésto no limitamos la actitud de apertura de la Orden, según expresan las misma Declaracio­nes del Capí­tulo General en la Introducción que, en uno de los párrafos afirman: «Nos dirigimos también a tan­tos miles de hombres y mujeres que, como sacerdotes, religiosos y religiosas, emplea­dos, voluntarios y bienhechores, colaboran con los Hermanos en la asis­tencia a los en­fermos y necesitados».

                   Aprovechamos la oportunidad para resaltar la comu­nión y gratitud de la Orden con tantos sacer­dotes, religiosos y religiosas que, junto con los Hermanos, expresan su entrega a la evangelización de los enfermos y necesita­dos.

    [4] Constituciones de 1984, nn. 1d., 5a., 2c., y 3b.

    [5] Cfr. Const. 1984, nº. 51d

    [6] CASTRO, F. Historia de la vida y sanctas obras de Juan de Dios, en GOMEZ MORENO, M., Primicias Históricas de San Juan de Dios, Madrid 1950, p. 52. El destacado del texto es nuestro.

    [7] Cfr. Const. 1984, nº. 47 b-d.

    [8] SAN JUAN DE DIOS, 2ª. Carta a Gutiérrez Lasso (G.L.), 5. En lo sucesivo, las Cartas de San Juan de Dios las citaremos con las siglas del nombre de la persona a que va dirigida.

    [9] Cfr. Const. de 1926, Arts. 221 b.; 223; Const. de 1982,                nn. 6a.-d.; 43d.; 45; 69b.c.; 72b.; 103b.c.

    [10] Cfr. SAN JUAN DE DIOS, 1ª.D.S., 13; Const. de 1984, nº.            1.

    [11] A este respecto es interesante recordar los siguientes             testimonios:

    

              "... hijo mío Bautista, para cuan­do ven­gáis a la casa de Dios... ten­dréis que obedecer mucho y traba­jar mucho más de lo que hasta aquí habéis traba­jado: y todo en cosas de Dios, desvelán­doos por el cuidado de los po­bres". L.B., 10.11.

 

              "El cual (Juan de Dios) fue el primer autor fundador y principio de vuestra regla e institu­to, y de la funda­ción deste vuestro hospital, obra santa y admi­rable adonde tan Cristianamente estáis ocupados en prosecu­ción de la obra comen­zada por vuestro primero funda­dor". Regla y Consti­tuciones para el Hospital de Grana­da. En Primitivas Consti­tuciones, Madrid 1977, p. 9.

 

              "Fue tan grande el ejemplo de vida que dejó Juan de Dios, y lo mucho que agradó a todos, que muchos se animaron a imitarlo y seguir sus pisa­das, sirviendo a nuestro Señor en sus pobres y ejercitándose en el ofi­cio de la hospita­lidad por sólo Dios". CASTRO, F. O.c., p. 103

    [12] Cfr. Const. de 1984, nn. 8 y 21.

    [13] Cfr. Ibid., nn. 41, 42, 44, 45 a.b., 50, 51; Estatutos                      Generales, nº. 61.

    [14] Const. 1984, nº. 23

    [15] Cfr. Const. de 1926, Art. 222; Const. de 1982, nn. 5 a.                   y 22; Estatutos Generales, nº. 51.

    [16] Cfr. Const. de 1984, nº. 47.

    [17] Cfr. Estatutos Generales, nº. 52.

    [18] Cfr. Const. de 1984, 46 b., 51 e.; Estatutos Genera­les,                     nn. 53-55.

    [19] Cfr. Centesimus Annus (C.A.), Libreria Editrice Vatica­            na, Ciudad del Vaticano, 1991, nº. 25.

    [20] Cfr. Const. 1984, nn. 2, 3, 12c., 14. Vale la pena citar              el nº. 13, a.d: "...nos sentimos apremiados a vivir y   manifestar con claridad la pobreza que hemos profesado. Esto nos exige: (...) - vivir nuestra condi­ción de pobres aceptando, en li­ber­tad de espíritu, la obliga­ción común del traba­jo, como medio de sustento y de apostola­do".

    [21] Const. de 1984, nº. 44.

    [22] Cfr. E.T., nn. 16-18.

    [23] Cfr. Const. 1984, nn. 13 y 100. E.G., nº. 160

    [24] E.T., 19.

    [25] Const. de 1984, nº. 45.

    [26] Cfr. C.A., nn. 32 y 35

    [27] Cfr. Const. 1984, nº. 23a

    [28] Cfr. L.G., 11; A.A., 11; E.N., 71

    [29] Cfl., p. 23.

    [30] Ibid., pp. 22-23; Cfr. L.G., 31.

    [31] Ibid., pp. 37 y 34; Cfr. L.G., 38 y 31.

    [32] Cfr. Ibid., p. 43.

    [33]  CFL., pp. 104-105.

    [34] Ibid., pp. 109-110. El Papa pone de relieve el peligro  real que puede significar para la vida humana el uso indis­criminado de los avances de las ciencias bioló­gicas y médicas y del poder tecnológico. Recuerda a todos los fieles la obligación de estar debidamente informados de dichos avan­ces, y de las respuestas éticas que promueve y exige la Igle­sia. "Deben, dice, aceptar valientemente los «desafíos» plan­teados por los nuevos problemas de la bioética". p. 111.

    [35] Ibid., p. 112.

    [36] Ibid., p. 120. En este contexto, el Papa se refiere a  la importancia que en la actualidad de las "distintas formas de voluntaria­do".

    [37] Cfr. Ibid., pp. 127-129.

    [38] CFL., p. 168.

    [39]Cfr. Ibid., págs. 136-161.

    [40]    Concilio Vaticano II. Mensaje a los pobres, a los           enfermos, a todos los que sufren, 7.

    [41] Ibid., p. 163; Cfr. pp. 161-167

    [42] Ibid., p. 164. El destacado del texto es nuestro.

    [43] Const. de 1984, nº. 7.

    [44] E.T., 7.

    [45] Lumem Gemtium (L.G.), 44.

    [46]  Cfr. Const. 1984, nº. 2b

    [47] Cfr. Lc, 4, 18-21; Mt 8, 16-17; 12, 15-21.

    [48] L.G., 44.

    [49] Const. de 1984, nº. 7c.

    [50] Ibid., nº. 1d.

    [51] Ibid., nº. 7c.

    [52] Ibid., nº 2b.

    [53] Cfr. Ibid., 5b y 7c

    [54] Ibid., nº. 28a.

    [55] Cfr. Ibid., nn. 28-30.

    [56] Cfr. Ibid., nn. 28-30; 33-34.

    [57] Cfr. Mc 3, 13-15.35; Jn 1, 13; Const. 1984, nº. 26c.

    [58]    Cfr. Const. de 1984, nn. 6c; 14; 16b; 17 b; 18d; 19; 36; 37; 43c; 51g.        

    [59] Ibid., 26b.

    [60] Cfr. Jn 13, 35.

    [61] Const. 1984, nº. 38f.

    [62] Jn 17, 21.

    [63] Cfr. Const. 1984, nº. 41

    [64] Declaraciones del LXII Capítulo General, p. 57.

    [65] Const. 1984, nº. 2b.c.

    [66] Cfr. Ibid., nº. 3a.

    [67] Ibid., nº. 1a.

    [68] La Hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios hacia               el año 2.000, nº. 86.

    [69] 2 G.L., 5; 4.

    [70] Const. 1984, n. 1a.b.

    [71] CASTRO, F., O.c., pág. 103.

    [72] Ibid., pág. 76.

    [73] Ibid., pág. 94.

    [74] Ibid., pág. 59.

    [75] Cfr. 3 D.S., 7.

    [76] 3 D.S., 7.

    [77] Cfr. Const. 1585, en Primitivas Constituciones, pág. 44

    [78] Cfr. L.G., nn. 43-46.

    [79] Cfr. Const. 1984, n. 2

    [80] 2 G.L., 7. 19.

    [81] Const. 1585, en O.c., pág, 9. El destacado del texto es             nuestro.

    [82] Const. 1984, 2b.

    [83] Ibid., 5a.b.

    [84] Ibid.,3.

    [85] CFL., pág. 65

 
 

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