Siervo y profeta

Discurso del Hno. Brian O'Donnell para el 3° Centenario de la canonización de S. Juan de Dios

TERCER CENTENARIO DE LA CANONIZACION DE SAN J(JAN DE DIOS

Introducción

 

 

Estamos reunidos hoy aquí en Granada, para conmemorar un acontecimiento eclesial con el que, hace ya mucho tiempo, se reconoció la santidad heroica y la ejemplaridad universal de un hombre que vivió los últimos diez años de su vida, relati­vamente breve, en esta ciudad.

 

Estamos aquí para celebrar el que Roma, hace trescientos años, declarase santo al hombre que ya en sus tiempos era reconocido por sus conciudadanos con el nombre de Juan de Dios y que fue definido por su primer biógrafo, Francisco de Castro, como el “despensero de los pobres” de Granada (1).

 

 

Más que un momento de alegría

 

Este aniversario no debe ser solamente una ocasión, para alegrarnos y agradecer al Señor los numerosos dones y la multitud de gracias, que la Orden ha recibido desde que el hombre que nosotros “consideramos justamente como nuestro Fundador” fue canonizado (Const. lb).

 

Este aniversario nos ofrece también una oportunidad única para reflexionar sobre la figura del Santo y el sentido de su canonización.

 

 

Inspirador de un Instituto Religioso

 

Habiendo el Santo fundado un Instituto de Vida Religio­sa, este acontecimiento tiene un fuerte mensaje para sus miembros, o sea los Hermanos de San Juan de Dios.

 

 

Propuesto al Pueblo de Dios

 

Al mismo tiempo, al ser propuesto San Juan de Dios a la Iglesia Universal como modelo y ejemplo de caridad, contiene esta celebración un mensaje no menos importante para los laicos, los cuales “se encuentran en primera línea en la vida de la Iglesia’ (2).

 

 

Siervo y profeta

 

Como Jesús, nuestro Santo ha encarnado en su persona dos expresiones fundamentales: la del siervo y la del profeta. ¡Como Jesús, nuestro Santo podía decir de sí que no había venido! “para ser servido, sino para servir y dar la vida como rescate de muchos” (Mt 20, 28).

 

El Siervo sirve, el Profeta anuncia el Reino y da su vida. Así ha sido para Jesús y también para San Juan de Dios.

 

 

El mensaje del Santo y de su Canonización

 

Al Gobierno General de la Orden le ha parecido oportuno presentar, con motivo de esta ocasión, un análisis profundo sobre la situación de la Orden, sobre los retos que tiene que afrontar y sobre las perspectivas futuras que se le abren. El Definitorio General está actualmente trabajando colegialmente en la elaboración de este análisis que será publicado más tarde, durante este año celebrativo.

 

Por tanto, las palabras que me dispongo a pronunciar no quieren ser definitivas sobre las cuestiones que voy a abordar.

 

Reflejan simplemente mis pensamientos, con los que entiendo contribuir al proceso de consultas y de definiciones, en el que están actualmente trabajando todos los miembros del Definitorio General.

 

Me siento satisfecho por poderos exponer hoy mi lectura del mensaje de San Juan de Dios y del sentido de su Canonización.

 

Este aniversario me ha inducido a reflexionar sobre:

 

-                      el carisma de la hospitalidad;

 

-                       qué pienso cuando hablamos de la Orden hoy;

 

-                      el estado corporativo de la Orden, tal como se presen­ta;

 

-                       dos importantes aspectos de la Espiritualidad de San Juan de Dios, servicio y profecía;

 

-                      la vida religiosa;

 

-                      el futuro de la Orden.

 

 

 

 

LA ORDEN HOY

 

 

 

El hombre y el Santo al que hoy, trescientos años después de su canonización, rendimos homenaje, está presente en el mundo a través de las personas y de las obras de los que comparten la misma visión, las mismas metas y los mismos valores que estaban en la base de su vida.

 

San Juan de Dios y su espíritu particular, se continúan manifestando de forma tangible en lo que llamamos “la Orden”.

 

 

 

 

REDESCUBRIR EL CARISMA

 

Durante su larga historia, nuestra Orden ha pasado por varios ciclos, característicos de la vida de una Orden y que apunta el estudio del jesuita francés Raymond Hostie, defi­niéndolos cada uno con los aspectos de fundación, expansión y declive.

 

Estos ciclos recurrentes pueden empujar un Instituto Re­ligioso, más de una vez, hacia un punto en el que deben decidir muy conscientemente entre las tres siguientes alternativas:

 

a) extinguirse,

 

b)   meramente sobrevivir,

 

c)   transformarse.

 

Un hecho que ha ayudado a la Orden en tiempos recientes a optar conscientemente por la transformación ha sido la orientación que, en nuestro Capítulo General Extraordinario, se ha querido dar a nuestro carisma específico (3).

 

 

El carisma de San Juan de Dios      La hospitalidad

 

Decimos que San Juan de Dios ha recibido de Dios el don extraordinario de abrirse en su vida completamente a los otros y a sus necesidades y de responder a estas necesidades a cualquier precio.

 

El término cristiano con el que se designa de ordinario este don específico del Espíritu Santo es “carisma”. Hemos querido definir la apertura de nuestro Santo hacia los otros y su sacrificarse por ellos como hospitalidad. Por tanto, afirmamos que San Juan de Dios ha recibido el carisma de la hospitalidad.

 

 

El mismo carisma de San Juan de Dios

 

Cada Hermano de San Juan de Dios viene confirmado por la Iglesia en su convencimiento de haber recibido el mismo carisma de San Juan de Dios, cuando la Iglesia acepta públicamente la profesión de sus votos religiosos, entre ellos nuestro especial voto de hospitalidad.

 

El pensamiento que ha tenido la Orden, hasta hace poco tiempo, ha sido que este carisma le pertenecía exclusivamente y que no lo podía compartir con nadie, a pesar de que ha aceptado la ayuda de otros en el ejercicio del mismo.

 

 

Lo otorga a cada uno como quiere

 

La nueva teología, en materia de carisma, nos ha hecho tomar conciencia del hecho de que el Espíritu Santo es el dador de todos los carismas: “Los crea, distribuyéndolos a cada uno como quiere” (1 Cor 12, 11).

 

Por tanto, nosotros hoy reconocemos que el carisma de la hospitalidad viene dado también a otros y descubrimos su presencia en muchas de las personas con las que estamos en contacto.

 

     Ya no pensamos más en nuestro carisma, como si fuera nuestro monopolio.

 

Estamos satisfechos de haber recibido este carisma particular. Estamos satisfechos cuando vemos que también otros lo han recibido. Nos sentimos felices cuando nos descubrimos instrumentos en las manos del Espíritu para la transmisión de este carisma a otros, nos sentimos realizados cuando conseguimos animar a otros a ejercerlo.

 

 

Visión, metas y valores

 

En el carisma de la hospitalidad se han conservado y desarrollado posteriormente la visión, las metas y los valores propios de San Juan de Dios.

 

Tienen hoy la misma validez que tenían en los tiempos de San Juan de Dios y de su Canonización.

 

 

 

EL CONCEPTO DE ORDEN

 

La visión, las metas y los valores de San Juan de Dios, siendo un don del Espíritu, no pueden ser motivo de separación, sino de comunión.

 

 

“Unidad en la hospitalidad”

 

“Unidad en la hospitalidad”, bajo este tema se ha desarrollado la última grande asamblea de la Orden, el LII Capí­tulo General de 1988.

 

Este Capítulo General ha sido particularmente significa­tivo, porque “por primera vez en la historia de la Orden han participado en él ocho colaboradores laicos de las     varias áreas lingüísticas” (4).

            -

 

Como fue subrayado por los mismos Capitulares en las Declaraciones elaboradas en las conclusiones del Capítulo, “éste ha sido el modo claro para manifestar la consideración de la Orden por los numerosos hombres y mujeres que, junto a los Hermanos, se comprometen en aliviar y en poner remedio a los sufrimientos y a las necesidades de los destinatarios de nuestra misión. Este acontecimiento confiere a las presentes Declaraciones una dimensión más universal” (5).

 

 

Una dimensión más universal

 

El Capítulo General ha reconocido que la Orden hoy, queriendo actuar como San Juan de Dios hubiese querido que actuase su Orden, debe asumir una dimensión más universal que la de un grupo, exclusivamente compuesto de hombres que han emitido la profesión de los votos religiosos, a norma de las Constituciones de la Orden. Juan de Dios mismo era un modelo en materia de colaboraciones, tanto que invitaba a todos a ayudarle en su obra, desde el joven Luis Bautista a la Duquesa de Sessa y sus damas.

 

 

El servicio a la salud

 

Cuando hoy en la práctica usamos el término “Orden” entendemos todas las personas que de cualquier forma contribuyen a llevar adelante la obra de San Juan de Dios en el mundo de la salud.

 

Obviamente, hay que considerar que el término “Orden” tiene un sentido más estrictamente jurídico y canónico. Pero una comprensión que esté limitada a consideraciones jurídicas y canónicas no se adapta a la realidad en la que vivimos y no refleja fielmente su historia.

 

La Orden no es un cuerpo que debe su vida a teorías expuestas en reglamentos y leyes aplicadas a situaciones particulares. Se trata más bien, de un movimiento que tiene sus raíces en la experiencia vivida por San Juan de Dios y sus primeros compañeros, que eran hombres y mujeres laicos.

 

 

 

EL ESTADO FISICO DE LA ORDEN

 

Esta “unidad en la hospitalidad” que ha llevado al naci­miento de la Orden y que constituye, hoy de nuevo, un camino distinto en su vida, la ha llevado a estar presente de forma activa en 47 países de todo el mundo.

 

De las 35.000 personas que, entre religiosos, colaboradores, voluntarios y bienhechores representan hoy la obra de la Orden a escala mundial, 1503 son Hermanos, de los que 1474 son religiosos profesos y 29 oblatos.

 

Conjuntamente, trabajan en 226 centros o servicios asistenciales.

 

Tales centros y servicios están compuestos por 43 hospitales generales, 41 hospitales psiquiátricos y servicios complementarios, 14 clínicas, 26 centros para ancianos, 6 hospitales de larga estancia, 32 centros y servicios complementarios para disminuidos psíquicos, 16 centros de rehabilitación para disminuidos físicos y desadaptados sociales y 9 dispensarios y consultorios.

 

A éstos se añaden otros 17 centros que ofrecen una variada gama de servicios y entre los que figuran dos centros hidroterápicos, 3 centros para niños con problemas emotivos y 8 albergues nocturnos.

 

Desde hace unos años la Orden promueve la realización de nuevas formas de hospitalidad. En esta línea se han constituido hasta ahora 22 comunidades, que fuera de los centros institucionales, se han insertado en ambientes difíciles, donde practican un estilo de vida y obran de tal forma, que se puede hablar justamente de una presencia religiosa signi­ficativa y de una ayuda preciosa a la población del lugar. En cuatro casos un hermano vive solo, para llevar adelante esta presencia y esta ayuda en el nombre de la Orden.

 

Cada día cerca de 40.000 personas reciben asistencia en las diversas estructuras asistenciales y sociales de la Orden.

 

  Creo que se puede afirmar tranquilamente que la acción caritativa de la Orden no ha sido nunca tan intensa como hoy.

 

 

 

 

SIERVO Y PROFETA

 

Como ya hice alusión en la introducción, San Juan de Dios supo plasmar y modelar, siguiendo las huellas y las enseñanzas de Jesús, su caridad en una doble dirección, e decir, como siervo y como profeta.

 

Según los tiempos, ha aparecido de forma incisiva uno u otro aspecto de la figura y del espíritu de San Juan de Dios.

 

El no era solamente el siervo humilde y fiel de los po­bres y de los enfermos. El hombre pobre de Granada sabía también mostrarse como profeta intrépido de la caridad, en la ciudad y en el país que adoptó como suyos.

 

Su vida reflejaba todos los rasgos distintivos del pro­feta.

 

 

Los rasgos característicos del profeta

 

Estaba poseído y guiado por el Espíritu, “deseando la salvación de todos como la suya misma” (1GL, 12).

 

Era mensajero de la Palabra, llevándola hasta las prostitutas de Granada y predicando “más con obras vivas que con palabras” (Castro cap. XIX).

 

Fue crítico ante las realidades humanas desatendidas y encontrándose, él mismo, en una de estas dramáticas situaciones, decide abrir “un hospital, donde recoger los pobres abandonados y privados de razón” (Castro cap. IX).

 

Anunciaba a los pobres su dignidad, dándoles casa; a unos ayudaba a encontrar trabajo ya otros, aún más, les proveía de todo lo necesario, manteniendo siempre la máxima discreción (Castro cap. XII).

 

Denunciaba el estado de abandono en que estaban los pobres y los enfermos y cuando uno de éstos moría, no temía recordar a los ricos sus obligaciones de caridad por el hecho de ser cristianos (O’Grady) (6).

 

Exhortaba por las calles de Granada a los ciudadanos a hacerse el bien a sí mismos, haciendo el bien a los demás por amor de Dios (Castro cap. XII).

 

Se dedicaba con pasión a la asistencia de los pobres. “Los buscaba de noche, sacándolos de debajo de los pórticos, ateridos y desnudos, ulcerosos y enfermos”. Y aún más: “Viendo la multitud, movido de grande compasión decide procurarles con mayor empeño el remedio” (Castro cap. XI).

 

Colocaba a los poderosos, ricos y nobles, frente a los sufrimientos y necesidades padecidas por los pobres (Castro).

 

Defendía a los débiles. A los enfermeros del hospital Real les dice de hecho: “Porque tratáis tan mal y con tanta crueldad a estos pobres infelices y hermanos míos. No sería mejor que tuvieseis compasión de ellos y de sus sufrimientos y los asearais y les dieseis de comer con más caridad y amor...” (Castro cap. VIII).

 

-                             Padeció muchas incomodidades por el hambre, el frío y la falta de vestido... y debía pedir para comer y andaba descalzo” (Castro cap. X).

 

Fue perseguido, cuando recorría las calles de Granada, por los muchachos y una numerosa plebe, que gritando y tirándole piedras y barro y otras muchas inmundicias comenzaron a seguirlo” (Castro cap. VIII).

 

También otros lo perseguían y “se mofaban y murmuraban de él, diciendo que todo era un ramo de locura, que le quedaba... y que pronto se derrumbaría porque no tenía fundamento. Además de eso, no le quitaban los ojos de encima, observando las casas en las que entraba e informándose de cuanto allí decía o hacía, y también espiando desde lugares ocultos” (Castro cap. XII).

 

Era el más indigno entre los suyos, al menos según su parecer, y cuando algunos se lamentaron por el tipo de gente que acogía y asistía en su casa, responde: “Yo sólo soy el malo, el incorregible e inútil, que merezco ser echado de la casa de Dios” (Castro cap. XX).

 

Insiste en la defensa de los más débiles diciendo: “Los pobres que están en el hospital son buenos, y de ninguno de ellos yo conozco ningún vicio”.

 

Sacrificaba su vida, cuando, ya muy enfermo y probado de terribles sufrimientos, se arrojó al río Genil para salvar la vida a un pobre muchacho que había caído dentro y era arrastrado por la corriente. Este intento de salvamento le costaría más tarde la vida (Castro cap. XX).

 

Así como en determinados momentos, nos dejamos guiar de San Juan de Dios en el servicio humilde a la humanidad sufriente, debemos aprender también de él cómo ser profetas intrépidos y actuales de la caridad.

 

En esta línea me uno a las palabras de T. F. O’Meara:

“Debemos redescubrir el pasado buscando captar sus muchos sentidos, a fin de que, partiendo de él, tengamos la fuerza para afrontar el presente y proyectarnos al futuro. Aquí está la diferencia entre la esperanza cristiana entendida como dinamismo y la religiosidad estática.”

 

Este ha sido también el mensaje de un gran profeta del Antiguo Testamento, que dice: “Deteneos en la duda y mirad, informaos sobre los senderos del pasado donde está el camino bueno y tomadlo, así encontraréis paz para vuestra alma” (Jer 6, 16).

 

¿Qué mejor profeta nos puede ayudar a escrutar los senderos del pasado y a individuar el camino bueno hacia el futuro, si no Juan de Dios? -

 

 

 

 

LA VIDA RELIGIOSA

 

En este momento histórico, en que volvemos la mirada hacia los senderos que hemos recorrido - y que continuamos recorriendo por el Señor, a nosotros, Hermanos de San Juan de Dios, como siervos y profetas, quizás, nos hubiese gustado oír las siguientes palabras del dueño a su siervo: “Bien, siervo bueno y fiel... toma parte de la gloria de tu Señor” (Mt 25, 21).

 

Pero el tercer Centenario de la Canonización de nuestro santo Fundador encuentra muchos hermanos y muchos de nuestros amigos laicos poseídos de una gran confusión con respecto a la Vida Religiosa, dado que la situación en la que se encuentra y su futuro, no parecen inducir al entusiasmo.

 

 

Parte del edificio de la Iglesia

 

Como fenómeno humano que forma parte de la experiencia cristiana, no creo que nos queden dudas sobre el hecho de que la Vida Religiosa continuará siendo en el futuro parte inte­grante del edificio de la Iglesia. - Si miramos al pasado, encontramos siempre hombres y mujeres, cuya relación personal con Dios se puede expresar de forma adecuada sólo por la vida consagrada, vivida en comunión con otros y puesta al servicio del Reino.

 

Afirmado esto, queda obviamente un amplio margen para discutir las formas, los estilos y las expresiones que la vida religiosa podrá o deberá asumir, ya que en la Iglesia ha tenido siempre un proceso constante de evolución, con sus altos y bajos.

 

 

Después del Concilio Vaticano II

 

Quienes de entre nosotros han podido experimentar la vida de la Iglesia antes del Concilio Vaticano II, saben que ella misma y con ella la Vida Religiosa han cambiado de una forma que ninguno podíamos jamás imaginar.

 

 

Aceptación, compromiso y solidaridad

 

La Iglesia hoy no se considera a la defensiva y, por tanto, en oposición al mundo. Su actitud ha sido de apertura progresiva hacia la aceptación, el compromiso y la solidaridad. Por tanto, no considera más al mundo como a su enemigo, sino como “la materia bruta del Reino de Dios” (S. M. Schneiders).

 

Este cambio ha tenido repercusiones dramáticas y de am­plio alcance para la Vida Religiosa. Ha provocado el desmoronamiento de las estructuras institucionales, que a menudo le han permitido funcionar como un “sistema cerrado”, como algo separado y no encarnado en la sociedad en la que estaba inserta.

 

Hasta hace poco tiempo “los religiosos, en sus instituciones y comunidades, podían definir la realidad según sus propios deseos y tales definiciones no se discutían. Así los religiosos, podían por ejemplo, afirmar que la pobreza significaba, antes que nada, dependencia de los respectivos Superiores y era perfectamente compatible con la riqueza de la institución y las comodidades personales. Asimismo, los religiosos podían decidir libremente, qué obras apostólicas se abrían y ninguno examinaba sus prioridades” (7).

 

La subcultura de la Vida Religiosa entendida como “sis­tema cerrado” se desintegra rápidamente. Hoy las palabras y las acciones de los religiosos están sometidas constantemente al examen y a la crítica de la sociedad.

 

Así cambiadas las circunstancias, como acabo de describir, hacen que:

 

1.  los religiosos debamos aprender a distinguir las estructuras y las tradiciones que conservan y trasmiten valores, de lo que es mera reminiscencia de viejo sistema cerrado;

 

2.   debemos comunicar al mundo que nuestra vida tiene un sentido preciso y unos valores actuales, que van más allá del mantenimiento del “status quo” o la añoranza del pasado;

 

-                                3. debemos establecer una nueva relación con el mundo, que no debe llevar ni la asimilación ni la continui­dad de nuestra vieja postura de oposición y de alejamiento.

 

 

La vida Religiosa, de nuevo en las manos del alfarero

 

En una era como la nuestra, en que el mundo entero está lleno de transformaciones cada vez más rápidas en el campo social, demográfico y ecológico, todo parece indicar que la vida religiosa, así como es vivida por los cristianos, debe volver de nuevo a las manos del alfarero, para que él realice un nuevo vaso, según parezca justo a sus ojos (Jer. 18, 4).

 

 

Algunos aspectos a resaltar de la Vida Religiosa hoy (8)

 

Los factores predominantes que caracterizan hoy la Vida Religiosa, que son - comunes a la mayor parte de los Institu­tos de Vida Consagrada, entre los cuales está también nuestra Orden, y que deben ser leídos como signos de los tiempos son:

 

1) un descenso significativo del número de los religiosos; - -

 

2)  reducción de las actividades y expansión...; . -;

 

3) el nacimiento de nuevos grupos eclesiales;

 

4)   desconfianza hacia la Vida Religiosa por parte de los mismos religiosos.

 

Descenso numérico

 

En los últimos años, entre las defunciones, abandonos y una disminuida perseverancia de las nuevas vocaciones, las filas de los religiosos han ido poco a poco disminuyendo. Al mismo tiempo, los religiosos y las religiosas que han ido quedando, han envejecido.            -

 

En 1965 la Orden contaba con 2.176 profesos. En el curso de veinticinco años este número ha descendido a 1.474, lo que equivale a una disminución de casi un tercio.

 

 

Reducción de las actividades y de la expansión

 

Es verdad que el crecimiento y la difusión de los ser­vicios sanitarios a nivel general y el hecho de una relación de colaboración más estrecha entre religiosos y laicos, permiten hoy a la Orden atender a un número tal de personas como no había sucedido nunca en su historia. Dicha actividad ha permanecido circunscrita a nuestras instituciones existentes.

 

Las estructuras actuales de la Orden, que dependen en gran medida de la presencia e influencia de los hermanos, hacen difícil el emprender nuevas iniciativas.

 

De hecho, si una iniciativa requiere la presencia de un número de Hermanos, aunque sea pequeño, nos vemos obligados a rechazar las peticiones que nos hacen para extender nuestra obra o a cerrar y/o confiar algunos de nuestros centros asistenciales a otras organizaciones. - -

 

 

 

El nacimiento de nuevos grupos eclesiales

 

Hoy, muchas personas, en vez de orientarse hacia la Vida Religiosa, se sienten atraídas por nuevos grupos eclesiales que, como los Institutos Religiosos, les ofrecen un determinado programa de oración y de servicio, así como los medios necesarios para el propio crecimiento espiritual. - -

 

Estas personas tienen la sensación de que en estos grupos pueden encontrar más fácilmente que en las comunidades religiosas, los elementos esenciales del ideal comunitario que buscan, es decir, el sentido del propio valor y el sentido de ser parte integrante del grupo (9).

 

 

Desconfianza en la Vida Religiosa de los mismos religiosos

 

Hoy, entre los religiosos, se palpa un difuso sentido de desánimo. Muchos de ellos se preguntan, por qué la forma de vida que aman y han escogido, tiene tan poca atracción sobre los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

 

“Algunos creen, además, que por la antigüedad de nuestras instituciones y por la pérdida del entusiasmo carismático inicial, no nos encontramos en situación de poner a disposición de nuestros miembros, medios adecuados para su santificación; creen que estamos mal preparados para afrontar los nuevos retos apostólicos y que nuestras estructuras no facilitan un compromiso radical evangélico en pobreza y en fidelidad a los signos de los tiempos” (José Cristo Rey Gar­cía Paredes).

 

En las reuniones en las que nos interrogamos sobre la situación actual de la Vida Religiosa, se siente a menudo de­cir que es más fácil fundar un nuevo instituto religioso, que renovar uno tradicional. Las causas de las actuales crisis vienen atribuidas, en general, al hecho de que los caminos válidos para un tiempo no lo son para hoy, a pesar de que los nuevos no son aún suficientemente claros.

 

 

¿Signos de desaparición o signos del tiempo?

 

Algunos tienden a interpretar los hechos que apenas he apuntado, como signos inequívocos de que la Vida Religiosa va extinguiéndose y que otros grupos tomarán su puesto en la Iglesia y en el servicio al pueblo de Dios.

 

-                  Lo que está sucediendo en realidad, es que los religiosos estamos llamados a redituar nos en una Iglesia que mira cada vez más hacia afuera (Cristo Rey García Paredes).

 

En este contexto estamos llamados, sobre todo, a entrar en una nueva relación con los otros miembros de la Iglesia, de modo especial con los laicos.

 

Viendo que nuestro papel de figuras dirigentes en la misión de la Iglesia se está terminando, hemos tomado conciencia de cómo el Señor de la mies, de una forma que no nos hubiéramos imaginado nunca, va respondiendo ya a nuestra oración: “para que mande obreros a su mies “ (Lc. 10, 2).

 

El descenso numérico de los religiosos y la reducción de nuestras actividades, junto al surgimiento de otros grupos eclesiales y a la necesidad de que los religiosos recobren la confianza en la Vida Religiosa, nos sitúan frente a una realidad que nos ayuda a reconocer una verdad que tal vez de otra forma no habríamos reconocido. Esta verdad es:

 

El carisma de la Vida Religiosa no está determinado ni por el número de los religiosos, ni por el prestigio y la eficacia de sus instituciones y servicios, ni por los cargos que sus miembros puedan tener en la sociedad o en la Iglesia.

 

Pero, si la Vida Religiosa no está determinada por los criterios a los que estábamos acostumbrados, ¿en el futuro, por qué estará determinada?

           -                                                                                            

 

 

 

EL FUTURO

 

Mientras que nadie puede reivindicar la facultad de prever el futuro de la Vida Religiosa, en todo el mundo los re­ligiosos están identificando algunos movimientos que parecen de gran importancia por lo que se refiere a su futuro desarrollo.

 

 

Testimonio profético

 

Una cosa que parece bastante clara es que, en el futuro, los religiosos, cada vez más, deberán realizar un papel pro­fético en la Iglesia y en la sociedad.

 

Este es el motivo por el que, al inicio de este discurso, he dedicado tanto espacio a la dimensión profética de la vida y de la obra de San Juan de Dios.

 

A través de su ser de profeta, llamó tanto a la Iglesia como a la sociedad, ocupadas como estaban ambas en sus propios planes, a estar atentas, antes que nada, al designio de Dios.

 

Animados del mismo espíritu, nosotros, Hermanos de San Juan de Dios, no permitiremos nunca que nuestro servicio a los pobres y a los enfermos sea un tranquilizante para la sociedad, sino que haremos lo posible, para que allí donde lo realicemos, sirva “para su promoción, comprometiéndonos evangélicamente contra toda forma de injusticia y manipulación humana y colaborando en la obligación de despertar las conciencias, frente  al drama     de la miseria” (Cost l2c).    

 

          -

 

 

Actitud contemplativa de la vida

 

La dimensión contemplativa adquirirá un valor cada vez mayor en la Vida Religiosa. - -

 

La forma como San Juan de Dios contempló el mundo le llevó a verlo cada vez más como lo ve Dios y a comprender en profundidad el sentido del sufrimiento y del dolor.

 

Nosotros deberemos ver cada vez más nuestras comunidades como centros de espiritualidad, como lugares en los que se experimenta a Dios y en los que también los laicos podrán rezar e interrogarse sobre el significado de su vida.

 

 

Los pobres y los marginados en el centro de nuestro servicio

 

Los religiosos centrarán sus fuerzas espirituales, materiales y humanas en el servicio a los pobres.

 

Nuestra orientación de fondo es la de responder a las necesidades de los pobres, sean quienes sean. La respuesta a estas necesidades llevará también consigo cambios en las estructuras a favor de los pobres, de los enfermos y de los marginados.     -

 

Actuando así caeremos en la cuenta de las implicaciones que derivan de nuestra llamada a “ser voz de los que no tienen voz” y de ser sus intérpretes en la sociedad.

 

Descubriremos cada vez más la libertad que deriva de nuestros votos, de poder servir allí donde otros no quieren o no pueden ir.

 

 

Espiritualidad de la integración e interconexión global

 

-                                La contemplación hará crecer en los religiosos el convencimiento de que la creación forma un todo indivisible.

 

No lucharemos solamente por promover la armonía entre los pueblos, sino que lo haremos también para promoverla en la creación misma. Demostraremos mayor sensibilidad por la cuestión ecológica y más responsabilidad en el uso de los recursos de la tierra.

 

En nuestro campo especifico, es decir en el de la salud, nos esforzaremos por integrar, en nombre del evangelio, espiritualidad y tecnología.

 

 

Vivir con poco

 

Los religiosos continuaremos orientándonos hacia un estilo de vida más sencillo, renunciando a las cosas que no son esenciales y quedándonos sólo con lo necesario.

 

Creceremos en si convencimiento de que no somos “propie­tarios de los bienes temporales, sino sólo representantes y administradores” (Cost. lOOc).

 

Como religiosos, nuestro papel en la Iglesia estará con­dicionado por el hecho de que contaremos cada vez con menos recursos materiales. El estilo de vida y la configuración de la comunidad estarán determinados por las exigencias de la misión y no al contrario.

 

 

Colaboración con otros religiosos y con los laicos

 

Para los religiosos no existirá más la vieja dicotomía entre su ser y el del laico.

 

Nuestra Orden ha reconocido que los “miles de hombres y mujeres que, como sacerdotes, religiosos y religiosas, colaboradores, voluntarios y bienhechores, participan con los Hermanos en la asistencia a los enfermos y necesitados...manifiestan el amor de Dios a los débiles” (Capitulo General

1988).

 

El Segundo Congreso Internacional de los Colaboradores Laicos realizado en el 1988, permitió a la Orden lograr una nueva y más profunda dimensión en la relación entre laicos y hermanos.

 

 

 

           CONCLUSIONES        

- -

 

Al iniciar el discurso dije que quería subrayar el mensaje que, a mi entender, San Juan de Dios y su Canonización pueden o quieren trasmitirnos hoy.

 

Para hacerlo he hablado:

 

-                del carisma de la hospitalidad;

 

-                       del nuevo concepto de Orden;

 

                   de la situación de la Orden;

 

                   de San Juan de Dios como siervo y profeta;

 

-                      de la Vida Religiosa y

 

                       del futuro.

 

 

 

EL CARISMA DE LA HOSPITALIDAD

 

Habréis notado que he hablado del carisma de la Hospitalidad, como de algo que nos une como hermanos y como cristianos, a través de una visión, de unas metas y de unos valores comunes.

 

Nuestra visión es la de un mundo transformado por el “Cristo compasivo y misericordioso del Evangelio” (Cost. 2a), cuya “presencia mantenemos viva en el tiempo” (Cost. 2c).

 

 

Nuestras metas consisten en entrar en las vidas de los pobres, de los enfermos y de los marginados, a fin de que “nuestra vida [sea para ellos] signo y anuncio de la venida del Reino de Dios” (Cost. 3b).

 

Nuestros valores son numerosos, pero no es éste el mo­mento adecuado para alargarse sobre ello. Es suficiente resaltar los más importantes:

 

FE centrada en el amor y en la misericordia de Dios;

 

HOSPITALIDAD manifestada por el profundo afecto y la gran dedicación a la familia humana.

 

SIN DISCRIMINACIÓN ALGUNA y con

 

RESPETO POR LOS DERECHOS HUMANOS y la

 

DIGNIDAD Y VALOR DE LA VIDA

 

ATENCIÓN A LOS POBRES y sus necesidades, que no va solamente a aliviar sus sufrimientos, sino también y sobre todo a promover

 

EL DESARROLLO Y EL CRECIMIENTO PERSONAL de todos.

 

COLABORACIÓN que se expresa

 

EN LA APERTURA A LOS LAICOS y en el

 

DESEO DE CULTIVAR EL DIALOGO Y LA COMPRENSION MUTUA.

 

JUSTICIA que se manifiesta por

 

EL ALTRUISMO y -

 

EL SERVICIO EFICIENTE que a su vez promueve

 

LA INICIATIVA Y LA CREATIVIDAD.

 

ESPIRITUALIDAD que implica el

 

RESPETO POR LOS CONVENCIMIENTOS DE LOS OTROS.

 

Todos estos valores pueden ser resumidos

 

en el valor—clave que nosotros hemos llamado

 

 

HUMANIZACIÓN.

 

 

 

 

Valores ‘como estrellas’

 

Estos son, a mi modo de ver, algunos de los valores más significativos de la Orden. Ellos constituyen los principios y los ideales que trazan nuestro camino. Naturalmente, no pretendo que la Orden los encarne o les de el peso que merecen en cada circunstancia y lugar.

 

A este propósito quiero recordar el famoso dicho de Montaigne: “Los ideales son como las estrellas. No se alcanzan nunca. Pero, como a los marineros en alta mar, trazamos nuestra ruta con su ayuda”.

 

He dicho al principio que deseaba comunicar el mensaje que San Juan de Dios y su canonización tienen para mí. Pienso que puede ser leído en diversas direcciones:

 

 

CARISMA

 

El carisma de la hospitalidad es un don que el Espíritu Santo distribuye generosamente al pueblo de Dios para su bien. -

 

San Juan de Dios lo recibió. Colaborando plenamente con él, su vida se transformó, llegando a ser sanador y evangelizador de los que tenían mayor necesidad del amor misericor­dioso de Dios.

 

Nosotros hemos recibido el mismo don y estamos llamados a dejarnos transformar por él.

 

El carisma es un don que une a los que lo reciben.

 

El efecto unificante de la hospitalidad es uno de los medios que Dios nos ha querido ofrecer para afrontar el futuro.

 

 

 

LA ORDEN

 

La Orden forma un cuerpo en la Iglesia que encarna la visión, las metas y los valores de San Juan de Dios.

 

Como tal, se está acercando a una visión de sí misma que no está reducida al núcleo de sus miembros profesos, sino que se orienta de forma más universal.

 

Según esta visión la Orden está presente y activa en las personas que con sus acciones llevan adelante la obra de San Juan de Dios, en la asistencia y en el cuidado de los pobres, de los enfermos y de los marginados.

 

 

 

LA SITUACION ACTUAL DE LA ORDEN

 

Hoy constituida por 35.000, entre religiosos y laicos, está asistiendo y ayudando cotidianamente a millares de personas, probablemente más que nunca en la historia.

 

Existe un movimiento evidente para adaptar nuestras formas tradicionales de actuar y la Orden se está comprometiendo activamente en nuevas formas de hospitalidad.

 

Su expresión ya no puede quedar reducida al número de los Hermanos.

 

 

 

SIERVO Y PROFETA

 

Como Jesús, San Juan de Dios ha actuado tanto como siervo que como profeta y también nosotros estamos llamados a obrar en esta doble dirección.

 

Nuestro tiempo parece pedirnos con insistencia que seamos profetas de la caridad.

 

A través de la palabra y, sobre todo, de las acciones, nuestro objetivo sería recordar, a las estructuras de la Iglesia y del mundo, que los pobres, los débiles y los marginados tienen derechos humanos indelebles que derivan de su ser y de los que no pueden ser privados aduciendo como razón su “improductividad”. -

 

Debiendo la Orden como la Iglesia estar constantemente en actitud de renovación y de conversión, debe escuchar y seguir las voces proféticas que se alzan desde sus propias filas, aunque nos digan cosas sobre nuestro modo de vivir y de actuar, que preferiríamos no escuchar.

 

 

 

LA VIDA RELIGIOSA

 

Las profundas transformaciones que están sufriendo nume­rosos aspectos de la Vida Religiosa, no deben ser interpreta­das como un desastre inexplicable.

 

Si miramos los hechos con los ojos de la fe, nos damos cuenta que la Vida Religiosa ha vuelto de nuevo a las manos del alfarero, para que El la remodele, según le parezca justo.

 

El carisma de la Vida Religiosa no viene determinado por el número de los religiosos, ni del prestigio que gozan, ni de la eficacia de las instituciones y servicios.

 

Viene determinado por el valor del testimonio evangélico que los religiosos ofrecen al mundo y en particular a los pobres, a los enfermos y a los marginados de este mundo.

 

 

 

EL FUTURO

 

La visión, las metas y los valores de San Juan de Dios y de su Orden no han perdido nada de su validez y frescura. Se expresan en el carisma de la hospitalidad, un don del que Dios no querrá nunca privar a su pueblo.

 

Este don, al formar parte íntima del Pueblo de Dios, continuará siendo ejercitado en el tiempo. En el futuro, la hospitalidad tendrá espacio también para nosotros, pero no es que sea un espacio asegurado.

 

Se trata más bien, de un espacio que debe ser conquistado por una cooperación incansable con dicho don y con su Dador, una cooperación que vivió y realizó de forma ejemplar San Juan de Dios.

 

El fue santo porque supo alcanzar totalmente este don, trasmitiendo su fuerza a sus destinatarios, a todos los que encontraba en necesidad­.

 

Este aniversario nos recuerda las exigencias y las grandezas que lleva consigo la aceptación y la transmisión de este don.

 

Como para San Juan de Dios, para nosotros el futuro no es ni una promesa, ni un porvenir exitoso, sino un reto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOTAS

 

 

1. Castro, Francisco, cap. 7.

 

2. Pío XII, Discurso a los nuevos Cardenales, 20 febrero 1946

 

3. Ver Declaraciones del Capítulo General Extraordinario, 1979

 

4.  Declaraciones del LII Capítulo General 1988, Introducción.

 

5. Ídem

 

6. O’Grady, Benito, “Bajo las huellas de San Juan de Dios”, Roma, 1988

 

7. S.M. Schneiders IBM, “New Wineskins”, 1986, Paulist Press, New York.

 

8. Este apartado se basa en gran parte en una conferencia de José Cristo Rey García Paredes, en la Unión de los Superiores Generales sobre el tema “Laicos y Religiosos en la Iglesia” el 23 de mayo de 1990.

 

9. Clark, David, “The liberation of the Church”, 1984, Birmingham, NACCAN.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 

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